La hija de la Cabra/ Reseñas, lecturas, conversaciones
La hija de la Cabra, disponible en su librería amiga.
Libro votado en Revista Ñ entre los mejores libros del año
http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/resenas/Los-mejores-libros-del-ano-Los-que-votaron_0_827917442.html
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En la Capital de Rosario
http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2013/05/30/arteyletras/ARTE-01.html
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En REVISTA LUNES
http://www.noticiaseditoriales.com/2012/11/descubriendo-revista-lunesentrevista.html#!/2012/11/descubriendo-revista-lunesentrevista.html
En la Capital de Rosario
http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2013/05/30/arteyletras/ARTE-01.html
Por Enrique Butti
—Hay en la literatura latinoamericana una tradición, o mejor sería hablar de una poética, que aunque instalada en un crudo realismo, no se priva de apelar a las fuerzas míticas, fantásticas, oníricas de esa realidad. Una poética que incluiría a autores tan disímiles como Rulfo, Guimarâes Rosa, Di Benedetto, la Sara Gallardo de “Eisejuaz”... “La hija de la Cabra” podría formar parte de esa estirpe, ¿sí?
—Tal cual. Ésa es la estirpe aspiracional que estuvo presente durante el proceso de escritura. A esta novela llegué por las lecturas de ese momento que me marcaron casi como un animal que debe ser enviado al redil, a puro fuego. Al Di Benedetto de Zama, a la Sara Gallardo del Eisejuaz, a Clarice Lispector en La araña, a Guimâraes, no sólo los leí sino que los senté conmigo en el escritorio, los textos estuvieron siempre abiertos en la mesa. En algún punto lo simiesco funciona en la literatura, uno elige a quién y cómo imitar, inicialmente y luego a quién y cómo escuchar.
Respecto de por qué esos autores fueron para mí la estirpe aspiracional a la cual anclar este libro, es porque creo que ellos pudieron dar cuenta de la enunciación, la posibilidad del decir que tiene su raíz en el paisaje, en la tierra, en la entonación de la voz, polvorienta, rota, en lo huidizo y engañoso de todo decir. Para contar el desierto hay que contar la grieta, lo roto. También, en la historia un universo se está descomponiendo, se trata de un sistema que está casi acabado y ya no va poder ser contado como antes. Resquebrajado el paisaje y las leyes del ecosistema que contiene a esas voces, cada personaje que intenta enunciarse, se rompe también en esa misma ruptura.
Lo mítico, lo fantástico, lo onírico, cuando son desplazados, como lo son en ciertas escrituras con pretensión más realista, no dejan de existir, sino que dejan el agujero, la falta, pero no pueden ser obviados sin ir a parar a un lugar más pobre, más plano de la enunciación. Las historias que nos contamos unos a otros vienen de allí, no tienen la pretensión del método de la razón o de la estructura filosófica o la seguridad del realismo, sino más bien, son un intento precario y esencial, disoluto e ingenuo de dar cuenta de eso que somos, comunidad, lenguaje y paisaje, en crisis, en disolución.
—Otra característica de esa poética extraordinaria y que también comparte tu novela es la singular atención en la voz que asumen los personajes. Un habla inventada en realidad, pero gracias a sus ecos y modulaciones, absolutamente verosímil.
—Claro. El verosímil. Nos lo pedimos unos a otros, como un regalo muchas veces, como una necesidad propia de nuestra inocencia originaria al tratar de explicarnos, o como consecuencia de las historias que nos contaron cuando éramos niños, o por un reflejo de la oralidad. La realidad invadida por la fantasía que se sostiene en la intersección. Cuando sos más chico es más fácil vivir en esa síntesis de lo imaginario, de lo ficcional, soportás mejor el abismo de la incertidumbre.
Y si uno puede lograrlo, sabiendo que inventa, que manipula esa materia hecha de palabras, de sonidos, aún si uno se aproxima poniendo el oído, a través del paciente trabajo sobre las inflexiones o las modulaciones, que son infinitas, pero que unidas unas a otras, cuando finalmente funcionan, pueden otorgarnos la gracia de dejar suspendida la incredulidad, o las limitaciones racionales de tiempo y espacio, es cuando el gran invento, nos hace felices. A los que escribimos y a los que leemos.
Pero también hay un riesgo y es que si bien el verosímil lo confirma el lector, hay a veces una confusión y es que el lector, algún lector ansíe una especie de certeza de que eso que le estás contando ocurrió o que los personajes realmente hablaban así y entonces viene el malentendido sobre la supuesta novela histórica que aporta “información”. ¡Pero si es todo un invento! Las palabras suenan y luego recién, las palabras constituyen a quienes las dicen, los modifican, los entrecruzan, los llevan a vivir de una manera o de otra, pero es ficción, es producto de la imaginación, es experiencia literaria, no hay más.
Nos empobrece pensar en la literatura que “debe” escribirse. Hay que privilegiar el verosímil, la idea de que suena como... El problema es la literalidad, enemiga de la literatura y del verosímil, ¿no?
—Y el idiolecto de esos personajes, en general aislados de toda cultura formal y erudita, es capaz de hacerlos reflexionar o aludir a problemas filosóficos o metafísicos complejos.
—Y porque hablar desde el mito, de las fuerzas secretas, de lo revelado, de las traiciones y lealtades, de los sueños y las fuerzas del entorno, de la mentira y la verdad entendidos no como una condición exclusiva de lo humano, porque también el animal traiciona, el paisaje miente, engaña o habilita, hablar desde esos pequeños conocimientos del entorno, de esos saberes del microcosmos que incluyen a los fenómenos de la naturaleza, la relación cotidiana entre las especies, nos habilita un sistema de pensamiento más libre, que circula de una manera más azarosa, al modo de las transformaciones de la materia y el fluir de la energía y está menos preso de la cultura formal, culta, racional o de un supuesto saber dominante de la modernidad. Hay un decir del misterio, de lo microscópico de la vida y ese decir es primario, dubitativo, pero al mismo tiempo accesible si uno se pone en sintonía con lo que lo rodea. La transmutación permanente con los elementos del paisaje, con la vegetación, con los otros animales a los que se conoce tanto o mejor que al resto de los seres humanos, nos permite explicarnos, entendernos desde la multiplicación y no desde la individuación, racional, libre e igual del proyecto decimonónico. Ese decir, esas voces sonando pueden generar un complejo y rico sistema de pensamiento, repleto de posibilidades que incorporan la grieta, el error, la transformación y que nos permite entender el mundo de una manera más sabia, si se quiere.
—“La hija de la Cabra” cuenta la historia de un prófugo que escapa para refugiarse en una población perdida en los desiertos. La hija del cacique y ese prófugo entablan un romance estigmatizado por razones tribales, económicas, religiosas. ¿Cómo fue perfilándose esta historia y ese contexto social, étnico y geográfico?
—Ahí está la experiencia propia, la infancia, no en los elementos de la trama, sino en una forma de expresión oral, un poco arcaica, llena de cuentos y fantasías acerca de las luces malas, las leyendas de la noche, del desierto. No es algo que fui a buscar un libro, sino que en mi infancia pasé mucho tiempo con personas nacidas en los bordes de la ciudad, gente de campo, con un hablar arcaico, hermoso, con mucha conversación sobre los fenómenos naturales, los terremotos, la sequía, el miedo a las tormentas que podían ser “pavorosas”, los terrores frente a lo inexplicable, ese dar cuenta del mundo desde explicaciones fantasiosas, abiertas, multivocas y también yo encontraba en esas personas una gran dignidad en el decir, en la elección de la palabra al enunciar, en particular, me caló muy hondo el decir de la que entonces era una chica y que ahora es una mujer grande- que nos cuidaba a mí y a mis hermanos, (somos cinco) que se llama Juana y nació en las Lagunas de Guanacache, la tierra de los huarpes. Y no es que ella me relatara cuestiones concretas de un universo desconocido o perdido, sino que ella seguramente podía explicarme a mí, el mundo en que nosotros vivíamos con herramientas, voces, palabras, más interesantes y más bellas que las que recibía por entonces en mi educación formal.
Los conflictos por razones tribales, económicos, religiosos, identificados en el libro fundamentalmente en torno del agua, si bien son fruto de la imaginación y no pretenden dar cuenta de un proceso histórico, ni de un territorio particular, es una alteración de espacios, elementos y discursos que no existieron así, unidos al mismo tiempo, pero que individualmente tienen su existencia y hasta una permanencia, por ejemplo es cierto que históricamente esas Lagunas fueron secadas al tomar más arriba el agua y desviarla para la ciudad y también es cierto que hoy a pesar de la tecnología el factor que define el valor de la tierra en una desierto como Mendoza es el agua, los descendientes de los pobladores de las lagunas hoy siguen viviendo en esas tierras peladas, siguen siendo puesteros, criadores de cabras, viven en medio del desierto y sostienen una identidad propia ahora más criolla, más agauchada, más católica.
Pero la idea siempre fue escapar de eso que se supone uno puede saber, conocer o explicar, en el sentido formal, de un proceso histórico, por esa razón en la novela se nombran los paisajes, los ríos, los desiertos, pero no se habla de Mendoza, como ciudad, el intento fue escaparme de la información formal y dejar lugar a lo fantástico, a lo mítico, a lo artificial, me interesa más el género subvertido, la experiencia literaria que cualquier pretensión explicativa de los procesos históricos.
—El estilo meticuloso, medido, preciso, inevitablemente retrotrae a tu pasado poético...
—La experiencia literaria, la del trabajo artesanal con la materia lenguaje, aspirar a que los personajes existan en la enunciación, eso de que en el principio fue el verbo de la revelación bíblica y todos los etcéteras, es para mí lo que hace que valga la pena escribir. Y en cada texto exprimir al máximo la relación con el lenguaje, con las limitaciones del caso, pero siempre las herramientas son el ritmo, las tonalidades, los volúmenes del enunciado, la sonoridad, la textura, la tensión que una palabra al lado de la otra puede alcanzar, la chispa, el texto que vibra, luego sí viene la transformación del héroe, la dinámica, la estructura narrativa, en el caso de la novela o la estructura del poema, pero el trabajo sonoro, material del lenguaje, ésa es mi idea de la felicidad y a ésa sí le soy fiel.
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En REVISTA LUNES
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Mercedes Araujo, por Ana M. Quiroga Larrieu para Revista Lunes
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Foto: Martín Castillo Morales |
Conversamos con esta autora mendocina que acaba de publicar su primera novela, La hija de la cabra, situada en su tierra natal. La prosa de Araujo despliega una historia de traiciones y amores trágicos, desde una narrativa que juega con las reglas del lenguaje y construye un mundo de profunda unidad entre el paisaje desértico y los seres que lo habitan.
La hija de la cabra nace de la aparición de una voz, la voz de una india, Juana, surgida durante el trabajo de escritura en un taller. Desde esa aparición, señala Araujo, “la escritura tenía que ir revelando la forma en que esos personajes piensan, hablan... su cosmogonía que es también su lenguaje".
Ese taller, realizado con Alicia Dujovne Ortiz, la autora lo refiere “porque pienso que uno no escribe solo. A veces escribo simplemente con otro autor en la mesa, la lectura que tenga en el momento. Para la novela, un libro al que yo iba, era el Eisejuaz, de Sara Gallardo, me parece que ella hizo un proceso similar en esa búsqueda.” Araujo refiere también para el desarrollo de su novela la labor junto a Cristina Piña. Y entre las “maestras” que ha encontrado en su devenir escritora, reconoce el trabajo fructífero en los talleres de la poeta Irene Gruss.
La hija de la cabra obtuvo en 2011 el Primer premio del Fondo Nacional de las Artes, en Argentina. El año anterior, con La Isla, Mercedes Araujo había recibido la Tercera mención de la misma entidad en la categoría poesía. En La isla el lector es convocado a un universo primitivo, de sucesivas metamorfosis que ocurren a veces como estrategias de supervivencia. Este libro breve y exquisito puede ser leído también como un solo poema, como el diario de una espera en un espacio insular, donde día a día se van registrando los distintos estados y observaciones de una voz que también transmuta.
En La hija..., el uso de la sintaxis y la ruptura de las reglas juegan a favor de un discurso que transita del narrador principal a un personaje y luego a otro, sin aviso y con una solución de continuidad que –con la misma naturalidad que ocurren las metamorfosis en La isla- sumerge al lector en un universo donde todos los elementos están profundamente vinculados.
-Con diferencias, tanto en tu poemario La isla como en La hija de la cabra, expresás una cosmovisión con una presencia muy fuerte del elemento primitivo, las permanentes metamorfosis de lo humano a lo animal y luego a lo vegetal, el protagonismo de los animales... ¿De dónde considerás que viene eso?
-Es algo que siempre me pregunto… Porque ese es el material con el que uno trabaja, al que uno accede en el momento en que lo puede poner en lenguaje, porque no tiene una racionalización previa. Lo que sí tengo es un gran interés por los universos, los mundos, las transmutaciones. Sé que la esencia de la transmutación o la metamorfosis permanente de lo material es mi búsqueda, pero hay algo sedimentario que no sé exactamente cuál es el lugar de dónde eso proviene. Supongo que si uno utiliza las categorías del psicoanálisis diría que es material del inconsciente que se revela en el proceso de la escritura, o tal vez una especie de inconsciente colectivo, de donde vienen los arquetipos, los mitos... Lo difícil, cuando todo eso aparece, es darle el cauce, poder decirlo, que el lenguaje enuncie una idea que está abierta, que es filosófica y a la vez de dejarla fluir, hay que darle forma artística a eso.
-¿Tenés una formación religiosa?
-Vengo de una familia católica y tuve esa educación que quizás me dejó las lecturas fascinadas de textos bíblicos, pero ya no con un sentido religioso, sino más bien literario: el mito, lo sagrado, lo primitivo... Todos esos temas son lugares donde voy a abrevar. Ahora, en este momento me interesa el budismo, por ejemplo, como filosofía, como explicación del mundo, de la transformación permanente.
-Ese protagonismo y presencia del elemento animal en tus obras, ¿es algo que creás como recurso o tiene que ver con algo vivencial?
-Lo siento como algo de la infancia, en contacto con la naturaleza, veranos pasados donde los niños podíamos andar cada uno a su gusto sin tener demasiadas obligaciones. Me acuerdo de tener casi como una obsesión por ciertas cosas que tienen que ver con lo natural. Hacía colecciones de hongos, de bichos... Quería rodearme de todos esos seres. Los nidos de pájaro me daban necesidad de tomarlos, la relación con los caballos, esa fuerza, esa energía. Lo siento como algo necesario. Me fascina la forma en que viven los animales.
-¿Te parece que los animales tienen un estatus ontológico inferior?
-No, es más, si bien son tantos los problemas ecológicos en el mundo, hoy se habla mucho, aunque todavía no se avanzó, de los derechos de los animales. Por eso me interesa estudiar el budismo. Creo que es la única filosofía que entiende el estatus ontológico animal y humano en pie de igualdad.
-¿Cómo describirías el devenir de La hija de la cabra, su proceso creativo?
-Hubo dos cuestiones que a mí me decidieron a escribir ese texto en particular, que es la aparición en un momento dado, de una voz, la del personaje femenino de Juana, y la necesidad de que el desierto, la tierra, el entorno, pudiera ser un personaje principal en la trama. El paisaje con las características que tiene termina marcando las posibles vidas o destinos de los personajes. Luego trabajé con los conflictos clásicos de las tragedias.
-Hay traiciones...
-Sí, hay traiciones y al mismo tiempo no son traiciones, porque tienen que ver también con la posibilidad de supervivencia de cada personaje. El enfrentamiento con la Ley y la rebelión del personaje femenino que es una especie de heroína que finalmente logra salir de aquello que tiene mandado. Fui haciendo uso de esas estructuras clásicas que me vienen de lecturas, de haber leído mucho a Shakespeare u otras tragedias.
-Hay un sino trágico, en ese personaje, “el blanco", de quien nunca sabemos el nombre. En un principio me hizo recordar a Martín Fierro, que huye al desierto y no puede escapar al destino.
-“El blanco” siempre queda atrapado por su propia huida. Es un personaje que la particularidad que tiene, su naturaleza (y él mismo reflexiona sobre eso), es la de ser fugitivo, huir para donde sea, y en esa huida es donde queda atapado, con esa necesidad permanente de estar yéndose y sin embargo no pudiendo ir a ningún lado.
“Lo que me interesa es el trabajo con el lenguaje”
-¿Tuviste que investigar para hacer esta novela? Como lector, uno cree percibir una serie de saberes poco habituales, en cómo se describen ciertas habilidades o la relación de los personajes con el entorno.
-Investigué un poco cuando empecé a escribir la novela. Me instalé una semana en una biblioteca pública en Mendoza, leí relatos históricos de viajeros que daban cuenta de cómo era la región. Pero no quería quedar entrampada en la novela histórica, porque lo que a mí realmente me interesa es el trabajo con el lenguaje. Por eso la novela no tiene ninguna clave para saber exactamente en qué momento transcurre. Hay algo que es arcaico, que es más primitivo, costumbres pre modernas, lenguajes que responden a ese momento. Pero no hice un estudio histórico, sino más bien de datos.
Y lo que sí está, si bien es todo ficcionalizado, es la cuestión del agua. Cuando me recibí de abogada, empecé a estudiar como especialidad el Derecho de Aguas. En Mendoza es riquísimo ese tema, porque hay una ley de cómo se administra el agua desde 1884, la misma que está vigente hoy. Esa cuestión particular y de cómo las lagunas se habían secado porque les habían desviado el agua, y cómo los personajes que viven allí no pueden saber, no tienen acceso a esa decisión política porque viven aislados y en su propio universo. Entonces atribuyen la sequía a los dioses, a las traiciones, al Bien y al Mal...
Y lo que sí está, si bien es todo ficcionalizado, es la cuestión del agua. Cuando me recibí de abogada, empecé a estudiar como especialidad el Derecho de Aguas. En Mendoza es riquísimo ese tema, porque hay una ley de cómo se administra el agua desde 1884, la misma que está vigente hoy. Esa cuestión particular y de cómo las lagunas se habían secado porque les habían desviado el agua, y cómo los personajes que viven allí no pueden saber, no tienen acceso a esa decisión política porque viven aislados y en su propio universo. Entonces atribuyen la sequía a los dioses, a las traiciones, al Bien y al Mal...
-De alguna manera, en la novela abordás una reivindicación sumamente actual, al hablar del problema del agua...
-Sí, y es un problema que sigue existiendo en todo el país. Es fuertísimo el tema y lo va a seguir siendo. No es solo un tema del pasado, sino del futuro, tiene que ver con la riqueza de los pueblos.
-La novela se desarrolla en las lagunas de Guanacache, y vos señalás en una entrevista al diario Los Andes que allí es “el primer lugar donde hubo vida comunitaria huarpe, antes de la llegada de los españoles”, y que en ese lugar “el destino de cada uno tiene que ver con el destino de todos”. Por lo que decís, la idea de “comunidad” se traduce en un valor. ¿Qué pasa hoy, según tu mirada, con el sentido de comunidad, en nuestra sociedad?
-Es una posición política, te diría, una forma de ver la realidad. Creo que hoy se está recuperando, pero el sentido de comunidad estuvo desguasado, roto, quebrado, por veinte años o más, en nuestro país. En el sentido de que cada uno se hace cargo solo de su propia vida, y hay esos cuestionamientos de que "la pobreza es un problema del pobre", "la comunidad es un problema única y exclusivamente de los políticos"...
Toda esa ruptura enorme respecto del destino comunitario que tenemos es una gran fantasía del sistema capitalista. Creo que por suerte está empezando a cambiar esa idea de sociedad, que la tuvimos en algún otro momento anterior. Sobre todo a nivel regional, porque es bastante inédito que países que tenemos nuestra propia idiosincrasia latinoamericana podamos tomar decisiones en forma conjunta. Hay aprendizajes hechos que tienen que ver con la posibilidad de funcionar como un verdadero continente.
También el sentido de comunidad lo relaciono con lo primitivo, al no estar allí esa supra estructura que termina gobernando los destinos pero marcando sus reglas de juego. En el viaje a África que hice lo he visto: ahí todavía se mantiene claramente que el destino de cada uno es el destino común. En las organizaciones que tienen menos andamiaje superpuesto, político, económico, es donde se puede ver mejor.
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Dislocar el español para hablar desde la “barbarie”
Publicado el 11 de Agosto de 2011
Por
Mercedes Araujo acaba de ganar el premio de fomento a la producción literaria del Fondo Nacional de las Artes por La hija de la Cabra. La novela tiene como escenario la tierra de los huarpes.
Mercedes Araujo acaba de ganar el premio de fomento a la producción literaria del Fondo Nacional de las Artes por La hija de la Cabra. La novela tiene como escenario la tierra de los huarpes.
Poeta y abogada ambientalista, la mendocina Mercedes Araujo acaba de ganar el premio de fomento a la producción literaria que otorga el Fondo Nacional de las Artes. El premio incluye 10 mil pesos, que serán usados para publicar la obra que Araujo envió al concurso, y que decidió llamar La hija de la Cabra. Fue elegida entre 100 textos por un jurado integrado por María Teresa Andruetto, Leopoldo Brizuela y Esther Cross. Justamente Cross opinó que la obra de Araujo “propone un mundo, y su lectura es una experiencia en el mejor sentido. La llamada barbarie siempre fue contada desde la civilización. Esta novela reporta desde la barbarie y lo hace con un lenguaje propio y diferente que va instaurando ante el lector un mundo único y perdido”. Y reproduce un párrafo de la novela para probar lo que dice: “Me enredé con vos, blanco, creí que podía anudarme a vos y así y todo servir a mi pueblo, cazar, cumplir. Disparé mis flechas, blanco, pero doblaron su camino. Las nubes se me tiñeron de rojo. El corazón en sombras, blanco.”
Araujo asistió a un taller de escritura que dictó Alicia Dujovne Ortiz, de allí salió su novela, de la que la propia Dujovne Ortiz dijo preguntarse “con toda sinceridad (…) quiénes, aparte de Rulfo y Arguedas, han logrado entrar en la cabeza del indio, y también del gaucho matrero”, como lo ha hecho su ex tallerista.
Tiempo Argentino dialogó con Araujo en San Telmo, el barrio que eligió para vivir. Ella explicó con estas palabras de qué trata su novela: “Es sobre una india, Juana, que vive en la región de las lagunas de Guanacache, en el desierto mendocino de Lavalle, el primer lugar donde hubo vida comunitaria huarpe antes de que llegaran los españoles. Es una novela que funciona como un relato épico, con una marca, diría, trágica, donde se conjugan la tragedia y el romance. Hay una fuga de un gaucho blanco, comete un crimen y se cruza con Juana, la hija del cacique Cunampas. La entrada del blanco descoloca un orden dado.”
–¿Cómo elegiste el escenario de tu novela?
–Viví en Mendoza hasta los 25 años y la sigo sintiendo como mi tierra, mi lugar. Pero además tomé como geografía narrativa el desierto de Lavalle y la lagunas de Guanacache, porque era el escenario ideal para una novela con elementos trágicos y épicos. Es un homenaje a su gente: el paisaje modula el lenguaje. Los personajes están atravesados por el lugar, el paisaje, la sequía... El eje desde que Mendoza es Mendoza es la falta de agua: es curiosa la imagen que se tiene de esta provincia, sus postales verdes, sus parques poblados de árboles y plantas, pero Mendoza es masivamente desértica y la falta de agua es crucial.
–¿Qué es el desierto para vos?
–Elegí el desierto, porque es la búsqueda de una geografía narrativamente interesante para poner a funcionar la novela. O sólo en términos amplios: la relación con el paisaje y con los animales está presente, así como con los hombres, que se animalizan y se transmutan. Es ese el enclave de mi voz en la novela, por ejemplo está la escena donde Juana, que es la encargada de alimentar al pueblo, se mide con una guanaca, su presa. Le habla de igual a igual y entre ambas hay una identificación, que también es una unidad. La cabra es quien le falta y con quien dialoga todo el tiempo. Esa falta internamente justifica su transformación. Si bien Juana quiere evitar la muerte, la mayor parte del tiempo sólo quiere morirse para encontrarse con su madre y cuando se libera de ese deseo de muerte, se transforma.
–Publicaste volúmenes de poesía, ¿coincidís en los elogios del jurado en cuanto a la veta poética de la novela?
–Creo que las novelas escritas por poetas proporcionan esto. Hay siempre un elemento más en la búsqueda, que excede el tema argumental.
Araujo asistió a un taller de escritura que dictó Alicia Dujovne Ortiz, de allí salió su novela, de la que la propia Dujovne Ortiz dijo preguntarse “con toda sinceridad (…) quiénes, aparte de Rulfo y Arguedas, han logrado entrar en la cabeza del indio, y también del gaucho matrero”, como lo ha hecho su ex tallerista.
Tiempo Argentino dialogó con Araujo en San Telmo, el barrio que eligió para vivir. Ella explicó con estas palabras de qué trata su novela: “Es sobre una india, Juana, que vive en la región de las lagunas de Guanacache, en el desierto mendocino de Lavalle, el primer lugar donde hubo vida comunitaria huarpe antes de que llegaran los españoles. Es una novela que funciona como un relato épico, con una marca, diría, trágica, donde se conjugan la tragedia y el romance. Hay una fuga de un gaucho blanco, comete un crimen y se cruza con Juana, la hija del cacique Cunampas. La entrada del blanco descoloca un orden dado.”
–¿Cómo elegiste el escenario de tu novela?
–Viví en Mendoza hasta los 25 años y la sigo sintiendo como mi tierra, mi lugar. Pero además tomé como geografía narrativa el desierto de Lavalle y la lagunas de Guanacache, porque era el escenario ideal para una novela con elementos trágicos y épicos. Es un homenaje a su gente: el paisaje modula el lenguaje. Los personajes están atravesados por el lugar, el paisaje, la sequía... El eje desde que Mendoza es Mendoza es la falta de agua: es curiosa la imagen que se tiene de esta provincia, sus postales verdes, sus parques poblados de árboles y plantas, pero Mendoza es masivamente desértica y la falta de agua es crucial.
–¿Qué es el desierto para vos?
–Elegí el desierto, porque es la búsqueda de una geografía narrativamente interesante para poner a funcionar la novela. O sólo en términos amplios: la relación con el paisaje y con los animales está presente, así como con los hombres, que se animalizan y se transmutan. Es ese el enclave de mi voz en la novela, por ejemplo está la escena donde Juana, que es la encargada de alimentar al pueblo, se mide con una guanaca, su presa. Le habla de igual a igual y entre ambas hay una identificación, que también es una unidad. La cabra es quien le falta y con quien dialoga todo el tiempo. Esa falta internamente justifica su transformación. Si bien Juana quiere evitar la muerte, la mayor parte del tiempo sólo quiere morirse para encontrarse con su madre y cuando se libera de ese deseo de muerte, se transforma.
–Publicaste volúmenes de poesía, ¿coincidís en los elogios del jurado en cuanto a la veta poética de la novela?
–Creo que las novelas escritas por poetas proporcionan esto. Hay siempre un elemento más en la búsqueda, que excede el tema argumental.
Y acá
y también aquí
dicen así:
Leticia Pogoriles. TELAM.
Nacida en Mendoza y autora de cuatro libros de poesía ("Aspero esmero", "Duelo", "Viajar sola" y "La isla") Araujo logra un imaginario potente que se consolida en esta novela próxima a editarse, surgida por un personaje femenino que creó en el taller de Alicia Dujovne Ortiz, su maestra.
“Es una india, Juana, que tiene un diálogo con el padre. ‘si encontraste esta voz, la podés seguir, acá tenés un personaje’, me dijo Alicia.”, cuenta Araujo café de por medio, sobre esa mujer que sería más adelante la protagonista de “La hija de la Cabra”.
“Me puse en sintonía con esta voz y la situé en las lagunas de Guanacache en el desierto mendocino de Lavalle, el primer lugar donde hubo vida comunitaria huarpe, antes de la llegada de los españoles”, dice la escritora también abogada ambientalista, que resalta que allí aún “el destino de cada uno tiene que ver con el destino de todos”.
Elegida entre cien textos por los jurados Leopoldo Brizuela, María Teresa Andruetto y Esther Cross, la novela es un relato épico con una "marca trágica del destino" donde se conjugan la tragedia y el romance en tierras desérticas y primitivas, alejados de toda "referencia literaria cotidiana y actual", dice Araujo.
Un matrero gaucho blanco viene huyendo tras cometer un crimen, se refugia en las lagunas donde se cruza con Juana, la hija del cacique Cunampas, con quien inicia un amor prohibido. “La entrada del blanco descoloca un orden dado y provoca un acto de rebeldía de Juana, destinada a casarse con su primo, el próximo líder”, adelanta la autora.
Hasta aquí la novela tiene todos los ingredientes clásicos con pasiones humanas en pugna, pero el texto “fulgurante y de belleza intensa” -según Dujovne Ortiz- propone una deconstrucción, una ruptura y una recomposición del lenguaje y de una visión del mundo.
“Rompí la sintaxis formal del castellano, inventé y ficcionalicé un lenguaje” dice la autora, y aclara que al lector “algo se le descolocará en el decir, pero se entiende perfectamente”.
Araujo es la creadora de un andamiaje literario poético que bien se podría inscribir en la tradición que incluye a Antonio Di Benedetto, Sara Gallardo, Juan Rulfo o Juan L. Ortiz, y que son portadores de un rumbo latinoamericano que no olvida ni a su tierra, ni a sus habitantes.
Los jurados también destacaron su estilo rupturista, bestial y exquisito: “El tratamiento del lenguaje es extraordinario, es un mundo absolutamente personal, fuerte y extraño. Es un lenguaje inventado que evoca las novelas latinoamericanas de pequeños pueblos, simbólicos y épicos”, dijo a Télam Brizuela.
Para Cross, la mendocina “propone un mundo, y su lectura es una experiencia en el mejor sentido. La llamada ‘barbarie’ siempre fue contada desde la `civilización`. Esta novela reporta desde la barbarie y lo hace con un lenguaje propio y diferente que va instaurando ante el lector un mundo único y perdido”.
"Tiene un manejo exquisito del lenguaje -agrega Andruetto- es un cruce raro de influencias, con ecos de Rulfo, de Leonidas Lamborghini, de novelas o poemas sobre el desierto, de novelas sobre mujeres. Ficcionaliza una geografía y una época y se corre del relato histórico tradicional. Es muy innovadora".
Y así monologa Juana: “Me enredé con vos, blanco, creí que podía anudarme a vos y así y todo servir a mi pueblo, cazar, cumplir. Disparé mis flechas, blanco, pero doblaron su camino. Las nubes se me tiñeron de rojo. El corazón en sombras, blanco.
Cunampas me dijo: angustia hay, desvelo hay, cansancio hay y el orden dado. Ser la hija de Cunampas, eso hay. [...] Ya sé, me dirías: siempre rogaste la muerte, Juana, la desafiaste, la adoraste como si en ella estuviera tu fuerza”.
Con ritmo, cadencia y respiración particular, “La hija…” cabalga violenta y poéticamente sobre un registro sintáctico y mítico marcado por la voluntad caprichosa de la sequía.
“La relación con el paisaje y con los animales son tan presentes como las de los humanos, quienes se `animalizan` y se transmutan", resalta acerca de estos vínculos muy trabajados en su poemario.
“Ese es el enclave de mi propia voz como escritora" sentencia y da un ejemplo: "En la novela, hay una escena donde Juana, encargada de alimentar al pueblo, se mide con una guanaca, su presa. Le habla de igual a igual y entre ambas hay una identificación, que también es una unidad”.
La cabra es la madre ausente de Juana. “Es quien le falta -agrega Araujo- y con quien dialoga todo el tiempo. Esa falta internamente justifica su transformación. Si bien Juana quiere evitar la muerte, la mayor parte del tiempo sólo quiere morirse para encontrarse con su madre y cuando se libera de ese deseo de muerte, se transforma”.
La ausencia del otro y el desencuentro son parte del universo de esta escritora de 39 años.
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La tierra como lengua madre
Es abogada ambientalista pero explora la literatura para desentrañar el paisaje. Su ideario ficcional está ligado a Mendoza, de donde extrae un habla tan poética como natural. Aquí, la escritora local que acaba de recibir el Premio Nacional de las Artes cuenta qué descubrió en su viaje por África, por qué se radicó en Buenos Aires y cómo su ‘novela del desierto’ deslumbró a la gran ciudad.
Mariana Guzzante - mguzzante@losandes.com
En Kenia, Mercedes recibe de las manos de una belleza africana un manto como obsequio. Ella, a su vez, le entrega su pashmina. La líder de la aldea Masai y la chica suramericana que partió de Nairobi se lucen, se entienden, ríen.
La escena podría ser el ritual soñado de una escritora que viaja sola por el África profunda, para ir alumbrando en versos su propio ‘mundo animal’. Lo es, de hecho. Pero el proyecto de Mercedes Araujo va todavía más lejos: “Entender cómo, en los seres, se corporiza el lenguaje de la tierra”.
Habría que retroceder varios años y hacia el oeste, para entender dónde empieza la verdadera aventura de Araujo: “Escribir con el habla que atraviesa las especies, ese lenguaje común entre lo vegetal, lo animal y lo humano, que hace de una región un organismo intraducible, con su propio paisaje, ritmo y respiración”.
Acaso influyó su infancia mendocina, las visitas al caserón de la abuela en Chacras de Coria leyendo a Salgari o a Verne. O sus idas a los puestos de Lavalle, “donde me impactaron sobre todo los silencios”.
“Las voces de ‘La hija de la Cabra’ (la novela premiada) hablan desde el desierto, quiero decir, ‘desde’ una lengua quebrada, seca, no realista. La operación que hice fue buscar una lírica en la voz de cada personaje”.
Claro, el jurado que la premió dijo que allí se cruzaba Lamborghini con Rulfo, con cualquiera de los textos que dan cuenta de la tierra, en realidad. “Para mí fue fundante la Sara Gallardo de ‘Eisejuaz’ y el Di Benedetto de ‘Zama’”, desliza.
En “Eisejuaz”, ese libro solitario, Gallardo halló lo que Araujo ya intuía para sí -“una voz poética singular”-, claro que el libro de Sara dio con una alquimia de habla natural del Norte argentino y de jerga inventada.
“Zama”, en tanto, le aguzó el oído para el tono justo: la expresividad de lo áspero, la tensión y la velocidad de la elipsis.
Lo cierto es que, dentro de esa épica femenina que agita en ‘La hija de...’ hay una voz buscada: un murmullo que conecta con la Matria. Porque si bien buena parte de la narrativa hipanoamericana del XX se obsesionó con la búsqueda del ‘padre’, como garrote de identidad, ya iba siendo hora de contar la historia desde el árbol sanguíneo y latente de las madres.
“Ahora bien, la Cabra es la ausencia, una madre que no está”, cuenta Mercedes, “y la hija es la cazadora de la comunidad, la que provee el alimento, la que se rebela contra el orden, se enamora del bandido y se lanza a la... bueno, no te voy a contar el final”.
-No lo hagas, pero decinos cuánto de novela histórica y cuánto de ficción hay en esto.-Es ficción-ficción. Si bien me documenté y me inspiré en el paisaje mendocino, no traté de reconstruir un tiempo determinado. La estructura del libro es épica pero el almita es mítica.
-Viviste en España y en Buenos Aires pero nunca te sedujo la temática urbana, ¿sos una exótica allá?
-(Risas) Puede ser.
Ella consiente, igual, que desde hace un tiempo ?el desierto viene entrando en la ficción'. Eso, porque a partir del imaginario de "tierra adentro" del XIX, una nueva corriente de obras -como "Fuegia" (Belgrano Rawson), "La tierra del fuego" (Sylvia Iparraguirre), "Los que llegamos más lejos" (Leopoldo Brizuela), y más- reclaman la mirada de un país oculto para revelar, como dice María Rosa Lojo, que el ?otro' es cada vez más ?el mismo'.
-¿La novela se narra en primera?
-Bueno, el narrador es bastante experimental. Los personajes entran y salen de la primera persona, pero a su vez hay un narrador que sobrevuela en tercera.
Es el trabajo artesanal de una autora que se aferra a la lírica, porque ya le permitió, antes, travestirse de narrativa para convertirse en diario de viajes, el safari poético de "Viajar sola".
-¿Por qué sos abogada?
-Mi familia es una familia de abogados. Como al principio no tenía muy clara mi vocación, seguí la tradición y ya. Sin embargo, me fui dando cuenta por las materias que más me gustaban (Derecho de Aguas, Derecho de Minería, sobre todo) que lo que me interesaba realmente era entender cómo el uso de un recurso se convertía en el eje central de una política.
No hace falta preguntarle si está de acuerdo o no con la minería a cielo abierto. Juana, la protagonista de "La hija..." anda descalza, con las mechas al viento, dialogando con la guanaca y el chimango en un "escenario que es un ideario ficcional muy íntimo, ligado a Mendoza".
-¿Y hay otro proyecto de escenario local?
-Sí, es la novela en la que estoy trabajando ahora. Se centra en la noche del terremoto del '85, contada desde la percepción de una niñita.
-¡Ah, cómo olvidarla!
-¿Imborrable, no? Yo todavía me acuerdo de los ruidos, los crujidos, los desconciertos.
A su modo, fue una rebelde: se casó joven, se divorció, se instaló sola en una Buenos Aires estratégica para escribir pero donde aún no conocía a nadie. Pronto, ese reino en que vivos y muertos dialogan dejó entrar influencias y maestros: Diana Bellesi, Lucrecia Martel, Irene Gruss y Emily Dickinson, Faulkner, Pound, Silvina Ocampo, Pizarnik, entre toda clase de otros seres de naturaleza animal, vegetal, mineral, divina e infrahumana, para así hacer aflorar el tráfico que nos devuelve la visión de un mundo propio.
"Esta novela tuvo una génesis muy lenta: la idea surgió de un cuento que hice en el taller de Alicia Djovne Ortiz, pero quedó latente la idea de la novela porque ella se fue a Francia y yo me dediqué a otras cosas. A Cristina Piña, que es como mi madre literaria acá en Buenos Aires, le terminé de dar forma a mi primer libro de poemas "Ásperos esmeros".
Ese debut poético fue editado en Córdoba (ediciones del Copista) pero bien recibido en Capital. Así que valió el impulso para entrar en el circuito de autores/lectores y armar el propio sello independiente: "Lo fundamos con amigas (Cecilia Romano y Marina Serrano) y lo bautizamos ?Sigamos enamoradas'; si bien ya no participo como editora, sigue difundiendo a autores jóvenes".
Con ellas ideó un evento curioso: "Queríamos llevar la poesía a la playa, así que instalábamos unos parlantes, habilitábamos un micrófono e invitábamos a los poetas a recitar a Quequén".
Así las cosas, entre los expedientes de su trabajo y las jornadas playeras, la muchacha se vinculó a otro sello, "Abeja Reina", donde lanzó "Viajar sola", el mismo que publica a muchos de los autores que admira y donde ahora salen a la luz "Los poemas chinos traducidos por Juan L. Ortiz".
-¿Quién tiene hoy el mejor catálogo de poesía argentina?
-Bajo la Luna, creo, tiene el catálogo contemporáneo más cuidado. Por eso, me siento honrada de que hayan incluido mi libro "La isla".
-Es fácil imaginar que estás tramando algún otro proyecto editorial. ¿En qué andás?
-Y sí. Estoy participando de una colección muy interesante. Se llama "Las antiguas" y consiste en el rescate de las primeras escritoras del país. La mayoría son voces ocultas -u ocultadas- que nos asoman a mundos sorprendentes.
Desde Juana Manuela Gorriti, a Elvira Aldao. las antiguas tienen tremendas historias que desenterrar. Por eso, Mercedes suspira: "Es un proyecto a pulmón, ojalá podamos presentarlas en Mendoza". Y sí: la Feria del Libro que comienza en setiembre sería una perfecta oportunidad.
La escena podría ser el ritual soñado de una escritora que viaja sola por el África profunda, para ir alumbrando en versos su propio ‘mundo animal’. Lo es, de hecho. Pero el proyecto de Mercedes Araujo va todavía más lejos: “Entender cómo, en los seres, se corporiza el lenguaje de la tierra”.
Habría que retroceder varios años y hacia el oeste, para entender dónde empieza la verdadera aventura de Araujo: “Escribir con el habla que atraviesa las especies, ese lenguaje común entre lo vegetal, lo animal y lo humano, que hace de una región un organismo intraducible, con su propio paisaje, ritmo y respiración”.
Acaso influyó su infancia mendocina, las visitas al caserón de la abuela en Chacras de Coria leyendo a Salgari o a Verne. O sus idas a los puestos de Lavalle, “donde me impactaron sobre todo los silencios”.
“Las voces de ‘La hija de la Cabra’ (la novela premiada) hablan desde el desierto, quiero decir, ‘desde’ una lengua quebrada, seca, no realista. La operación que hice fue buscar una lírica en la voz de cada personaje”.
Claro, el jurado que la premió dijo que allí se cruzaba Lamborghini con Rulfo, con cualquiera de los textos que dan cuenta de la tierra, en realidad. “Para mí fue fundante la Sara Gallardo de ‘Eisejuaz’ y el Di Benedetto de ‘Zama’”, desliza.
En “Eisejuaz”, ese libro solitario, Gallardo halló lo que Araujo ya intuía para sí -“una voz poética singular”-, claro que el libro de Sara dio con una alquimia de habla natural del Norte argentino y de jerga inventada.
“Zama”, en tanto, le aguzó el oído para el tono justo: la expresividad de lo áspero, la tensión y la velocidad de la elipsis.
Lo cierto es que, dentro de esa épica femenina que agita en ‘La hija de...’ hay una voz buscada: un murmullo que conecta con la Matria. Porque si bien buena parte de la narrativa hipanoamericana del XX se obsesionó con la búsqueda del ‘padre’, como garrote de identidad, ya iba siendo hora de contar la historia desde el árbol sanguíneo y latente de las madres.
“Ahora bien, la Cabra es la ausencia, una madre que no está”, cuenta Mercedes, “y la hija es la cazadora de la comunidad, la que provee el alimento, la que se rebela contra el orden, se enamora del bandido y se lanza a la... bueno, no te voy a contar el final”.
-No lo hagas, pero decinos cuánto de novela histórica y cuánto de ficción hay en esto.-Es ficción-ficción. Si bien me documenté y me inspiré en el paisaje mendocino, no traté de reconstruir un tiempo determinado. La estructura del libro es épica pero el almita es mítica.
-Viviste en España y en Buenos Aires pero nunca te sedujo la temática urbana, ¿sos una exótica allá?
-(Risas) Puede ser.
Ella consiente, igual, que desde hace un tiempo ?el desierto viene entrando en la ficción'. Eso, porque a partir del imaginario de "tierra adentro" del XIX, una nueva corriente de obras -como "Fuegia" (Belgrano Rawson), "La tierra del fuego" (Sylvia Iparraguirre), "Los que llegamos más lejos" (Leopoldo Brizuela), y más- reclaman la mirada de un país oculto para revelar, como dice María Rosa Lojo, que el ?otro' es cada vez más ?el mismo'.
-¿La novela se narra en primera?
-Bueno, el narrador es bastante experimental. Los personajes entran y salen de la primera persona, pero a su vez hay un narrador que sobrevuela en tercera.
Es el trabajo artesanal de una autora que se aferra a la lírica, porque ya le permitió, antes, travestirse de narrativa para convertirse en diario de viajes, el safari poético de "Viajar sola".
-¿Por qué sos abogada?
-Mi familia es una familia de abogados. Como al principio no tenía muy clara mi vocación, seguí la tradición y ya. Sin embargo, me fui dando cuenta por las materias que más me gustaban (Derecho de Aguas, Derecho de Minería, sobre todo) que lo que me interesaba realmente era entender cómo el uso de un recurso se convertía en el eje central de una política.
No hace falta preguntarle si está de acuerdo o no con la minería a cielo abierto. Juana, la protagonista de "La hija..." anda descalza, con las mechas al viento, dialogando con la guanaca y el chimango en un "escenario que es un ideario ficcional muy íntimo, ligado a Mendoza".
-¿Y hay otro proyecto de escenario local?
-Sí, es la novela en la que estoy trabajando ahora. Se centra en la noche del terremoto del '85, contada desde la percepción de una niñita.
-¡Ah, cómo olvidarla!
-¿Imborrable, no? Yo todavía me acuerdo de los ruidos, los crujidos, los desconciertos.
A su modo, fue una rebelde: se casó joven, se divorció, se instaló sola en una Buenos Aires estratégica para escribir pero donde aún no conocía a nadie. Pronto, ese reino en que vivos y muertos dialogan dejó entrar influencias y maestros: Diana Bellesi, Lucrecia Martel, Irene Gruss y Emily Dickinson, Faulkner, Pound, Silvina Ocampo, Pizarnik, entre toda clase de otros seres de naturaleza animal, vegetal, mineral, divina e infrahumana, para así hacer aflorar el tráfico que nos devuelve la visión de un mundo propio.
"Esta novela tuvo una génesis muy lenta: la idea surgió de un cuento que hice en el taller de Alicia Djovne Ortiz, pero quedó latente la idea de la novela porque ella se fue a Francia y yo me dediqué a otras cosas. A Cristina Piña, que es como mi madre literaria acá en Buenos Aires, le terminé de dar forma a mi primer libro de poemas "Ásperos esmeros".
Ese debut poético fue editado en Córdoba (ediciones del Copista) pero bien recibido en Capital. Así que valió el impulso para entrar en el circuito de autores/lectores y armar el propio sello independiente: "Lo fundamos con amigas (Cecilia Romano y Marina Serrano) y lo bautizamos ?Sigamos enamoradas'; si bien ya no participo como editora, sigue difundiendo a autores jóvenes".
Con ellas ideó un evento curioso: "Queríamos llevar la poesía a la playa, así que instalábamos unos parlantes, habilitábamos un micrófono e invitábamos a los poetas a recitar a Quequén".
Así las cosas, entre los expedientes de su trabajo y las jornadas playeras, la muchacha se vinculó a otro sello, "Abeja Reina", donde lanzó "Viajar sola", el mismo que publica a muchos de los autores que admira y donde ahora salen a la luz "Los poemas chinos traducidos por Juan L. Ortiz".
-¿Quién tiene hoy el mejor catálogo de poesía argentina?
-Bajo la Luna, creo, tiene el catálogo contemporáneo más cuidado. Por eso, me siento honrada de que hayan incluido mi libro "La isla".
-Es fácil imaginar que estás tramando algún otro proyecto editorial. ¿En qué andás?
-Y sí. Estoy participando de una colección muy interesante. Se llama "Las antiguas" y consiste en el rescate de las primeras escritoras del país. La mayoría son voces ocultas -u ocultadas- que nos asoman a mundos sorprendentes.
Desde Juana Manuela Gorriti, a Elvira Aldao. las antiguas tienen tremendas historias que desenterrar. Por eso, Mercedes suspira: "Es un proyecto a pulmón, ojalá podamos presentarlas en Mendoza". Y sí: la Feria del Libro que comienza en setiembre sería una perfecta oportunidad.
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