Estudio Árbol de Valeria Mendez
(Texto publicado en el catálogo de la muestra- Mendoza diciembre de 2006)
Valeria Méndez se hace presente en el mundo de las artes visuales con su Estudio Árbol y como un rayo nos impulsa a seguirla en el recorrido que la obra nos traza; senda en la que se avanza y se detiene casi a un solo tiempo y en la que, sin intermitencias y sin rodeos, uno termina arrojado a un remolino en el que las aguas de la belleza, la búsqueda, la observación, el desmenuzamiento y una genuina y escudriñadora sorpresa infantil ante el ser árbol, se transforman en borrasca y torbellino de sentidos.
Estudio Árbol, produce, saca a luz, abre, suma, y el ser árbol es presentado por Méndez tanto desde la técnica como desde la producción de sentidos, como una y otra posibilidad, una y otra salida.
Los árboles de este estudio nos invitan a bucear entre sus escondrijos más singulares y convocan algo del orden/desorden de un espacio imaginario. La mirada de la artista desmenuza las cortezas, los volúmenes, las formas de ese ser árbol y nos tiende un banquete visual de colores, texturas y sentido.
Se aprovechan las nuevas tecnologías como herramientas que brindan a la técnica fotográfica una dimensión vanguardista acorde con las nuevas tendencias de las artes visuales y por momentos estamos frente a fotos que son pinturas y pinturas que son fotos; los límites se borran y aparecen impresiones en tela de pintor desde las que afloran pigmentos como si fueran pinceladas.
Pero más allá de lo atinado de enrarecer la técnica, lo que más impresiona es la apertura de sentidos que la obra produce.
El Árbol es un símbolo arquetípico que tiene ya inscripta su expresión más antigua en la vieja literatura alquímica y en todas las representaciones religiosas: el Árbol de la Sabiduría situado en el centro del Edén, como el símbolo central del pacto entre Dios y el hombre; el Árbol de la ciencia del bien y del mal, del que tan indebidamente nos dicen que tomaron Adán y Eva la manzana prohibida; el Árbol de Acvattaha de los Hindúes; el Árbol paradisíaco Haoma de los Persas; el Árbol de las manzanas áureas del Jardín de la Hespérides; el Árbol del Vellocino de Oro de Jasón, el Árbol de los Shefirot en donde residen los valores de la sabiduría y el poder; el Árbol invertido del Purgatorio del Dante. Representar un árbol es una forma de representar al universo, pero además, el árbol nos remite directamente a otra figura arquetípica: la gran madre.
En su búsqueda la artista utiliza su ojo clínico que se aleja y se acerca extirpando de los micromundos universales que oculta la madera: formas, texturas y colores que condensan presencias reconocibles, arboledas de Uspallata, de Luján, de nuestro centro-oasis, del Ullum en San Juan, de la Recoleta porteña y que son capturadas como formas tentaculares, como manos o dedos que se recortan contra el cielo, como peligrosos caminos de espinas, como sugestivos vientres femeninos, como niños o amantes.
La fluidez con la que podemos encontrar en las fotos de VM a estas criaturas del imaginario nos convierte de inmediato, tanto a nosotros como a la materia observada, en seres ambiguos. Y entonces podemos advertir cómo estas criaturas vegetales, imponentes esculturas vivientes, que subsisten y emergen a pesar de los crecimientos urbanos nos hablan de nosotros. La obra de Valeria nos abre infinitas puertas de significado: el ser árbol es promesa de vida, misterio, incertidumbre, deseo, lazo indefinido e inasible que une los mundos de adentro y de afuera, la esencia desde donde indagar raíces en la tierra o ramas que husmean el cielo.
M.A.
M.A.
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