La benéfica y delicada lectura de Andi Nachon sobre La Isla. Gracias An!
La isla o el espacio para la transmutación
“La sombra, las palabras, han cambiado
el tigre camina entre peñascos”
Con estos primeros versos, Mercedes Araujo abre el juego para un recorrido que tiene como hitos y señales distintos momentos del cambio. Algo ha ocurrido, y ese incidente funda este proceso que los poemas transitan levemente distanciados, con la precisión y minucia de una niña cuando observa hormigas o experimenta cómo una cascarita abandona lentamente su rodilla y deja marca, rastro de sangre y, también, piel nueva.
Paisaje extrañado, vegetación y potestades animales hacen entonces de escenario capaz de reflejar y refractar en mecanismo de espejos mirada y sensibilidades del yo. Un yo vuelto lagarto, tigre o caballo. Mutaciones del cuerpo en reterritorialización del cuerpo animal. Como si en esas metamorfosis hubiera esperanzas de hallar cierta respuesta o pista que dé cuenta de algún porqué. Así dice: “Perro, reptil, ave de presa, todo me sorprende” O: “mi alma es menos mía / y más la del caballo”.
De esta forma, esencialmente, el yo de la isla intenta explicarse a través de un registro minucioso del afuera particular que lo conforma. Marca así el ritmo de una historia relatada para un receptor que recibe cada poema como una carta de amor desde la lejanía. Carta donde lo importante pareciera nunca poder ser enunciado del todo: sólo indicios signan este tiempo. Y ese explicarse del yo ante un “vos” siempre móvil empuja también al lector hacia cierta metamorfosis. Palabras amorosas, entonces, hacia el otro y hacia el universo cambiante y extraño que hace de marco para esta historia de búsqueda, de adaptaciones.
“No es que pueda entender lo oculto, no sería capaz
aunque sí puedo ver, como si habláramos de ofrendas,
cuál es el movimiento exacto
por el que todas esas ranas, estuarios y aves
respiran y se alimentan.”
En este delta entre la imposibilidad y la maravilla: ¿quién no ha reclamado una isla para sanar su corazón? ¿Cuántas veces, ante dolor, hemos deseado para nuestra alma la autonomía solitaria del islote donde nada ni nadie nos recuerden el nombre del ser amado?
La isla se erige así en territorio mítico que alienta el periplo de un yo no heroico: apenas retenido a un cuerpo que se contenta con la pequeña vida. Sin embargo, en su recorrido despliega este espacio simbólico que tiene en el poema su mentor, llave que brinda la posibilidad de ajustar el foco de manera tal que los elementos se resignifiquen en el contexto asignado por la voz poética.
En ese movimiento, cada potestad nombrada cobra su verdadera dimensión. Pero la transmutación en la isla no atañe en su transformación a lo otro, más bien implica determinados pasajes del yo. Pasajes que en los cambios de estado o en la búsqueda de una esencia capaz de posibilitar esos cambios, da ánima a aquello que lo rodea. Una y múltiple, la mirada alienta estos movimientos mágicos e instala lo maravilloso como poder sin justificación. Entonces: “el tigre deviene águila, león: ¿te gustaría que te lo enseñe?”
Si el motor original de la isla pareciera tener que ver con la decepción, ese pasado de lagartos sonrientes que se ha perdido o no pudo retenerse, su presente simple arraiga en el poder de la palabra como hacedora de este espacio otro. La alquimia, ese camino para la trasmutación del yo, sucede en el resquicio horadado por la voz poética. Allí donde “algunas respuestas se revelan como ranitas quietas en medio de la noche, las descubrís a punto de pisarlas, o a veces demasiado tarde.” A tiempo o demorado, es el poema quien permite ese saber que sin sosiego y como un relámpago ilumina la piel del lagarto. Por eso, es aquí donde La isla de Mercedes Araujo se yergue en todo su poderío “como el destello / que por la noche, en medio de una emboscada, / se escribe sobre la copa de unos árboles / a los que sólo el movimiento permite adivinar.”
Hola! Felicitaciones por el libro!Y muy bueno también el texto de Nachon. Tendremos posibilidades de leer algunos poemas aquí? Gracias!!!!
ResponderEliminarAnónimo, qué bueno que viniste a este jardín de paseo, gracias!
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