Entre el resplandor pálido del cielo y el peso ingrávido de la Tierra: Alfred Hayes
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Existen autores que cuentan como nadie las impresiones del alma frente a la certeza de que la felicidad y la infelicidad se juegan en minúsculas –y al mismo tiempo inmensas- experiencias de la cotidianeidad, de la brutal exposición del yo vulnerable frente al pequeño mundo que lo atraviesa.
Hay libros que merecen dos tardes enteras de lectura en el jardín, aún cuando nos olvidemos por completo del resto de los moradores, o dejemos de prestar atención a esos jazmines que piden agua con tabaco a los gritos, por la cantidad de pulgones que se han pegado en sus hojas. Este es uno de esos: Los enamorados de Alfred Hayes.
Aquí, algunas transcripciones de este maravilloso libro editado en 2010 por la Bestia equilátera.
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Sentía una fascinación irresistible por los quirománticos, los grafólogos y las viejitas un poco extrañas que tiraban las cartas en los cafés. Se le dilataban los ojos cuando trazaban en su mano un conjunto conocido de iniciales; o le anunciaba que le atraían los hombres de pelo negro; o descubrían, revelada en su escritura una lucha entre el lado impulsivo de su naturaleza y el lado convencional.
..los hilos que la ataban a la vida le parecían gastados casi por completo y ella se sentía existir en ninguna parte, extrañamente suspendida entre el resplandor pálido del cielo y el peso ingrávido de la Tierra. Era casi, como si, de cerrar los ojos por suficiente tiempo y quedarse quieta en la cama, fuera a irse flotando, en una especie de levitación, como un ser hueco y transparente.
De chica había tocado el piano; ya no lo hacía, pero pensaba que sería muy bueno, muy reconfortante, tener otra vez un piano para entretenerse por la tarde; pero era muy difícil (según le parecía) alquilar uno y para colmo el departamento era muy pequeño. No obstante uno de los motivos de su infelicidad era el piano ausente. También había sido excelente nadadora en la infancia o eso le parecía al recordar los veranos en la playa o en centros turísticos; y pensaba que si pudiera hacer algo de nuevo, algo como nadar o escalar, sería muy feliz. Pero las piscinas que estaban en el interior oscuro de los hoteles eran muy húmedas y muy pequeñas y muy poco agradables; y además, eso de sacarse la ropa y todo el asunto deprimente de alquilar una toalla y andar con el pelo mojado todo el día, era demasiado engorroso. No obstante uno de los motivos de su infelicidad era la natación que había desaparecido.
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me encantó hayes, voy a ver si lo consigo por acá... y hoy, al fin conseguí en el ateneo tu libro "la isla", no veía la hora de tenerlo en mis manos, esta misma noche lo leo.
ResponderEliminarhermoso tu blog, dedé, intenso, profundo, y las fotografías, buenísimas.
te mando un beso.
Pau, gracias, sos una visita de esas que dan ganas de recibir seguido, bienvenida, sabia, lectora, amiga y generosa.
ResponderEliminarTe mando un abrazo fuerte, espero verte pronto.
ps: Mis visitas a tu jardín, son siempre un paseo feliz.