Claire Keegan: la misericordia necesaria, caminatas en la oscuridad y la escritura como rabdomancia
Leer a Claire Keegan, autora editada por Eterna Cadencia (Antártida, Recorre los campos azules y Tres luces, en traducciones de Jorge Fonderbrider, que es justo decir, no pueden ser mejores, ni más precisas, ni más certeras y que, a cada paso de lectura, agradecí como se agradecen las cosas importantes, sin alharaca pero con alegría y verdadero jolgorio) es entrar en un territorio áspero, volverse vulnerable, plantearse la humanidad propia y los límites de esa humanidad; allí la soledad y el paisaje se urden como un solo y melancólico estado que atraviesa el alma humana.
Keegan crea personajes, en muchos casos atribulados por la infelicidad, la necesidad del otro y la frustración frente poderosas mareas que los arrastran, los ahogan y obligan a enfrentarse consigo y con los otros, desnudos en sus carencias, pero son tratados con una inmensa compasión por sus muchos sufrimientos y su dolorosa humanidad.
Aquí algunos de los párrafos que más me impresionaron de las entrevistas que leí.
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Casi toda la mejor escritura que he leído, la que más me conmovió, habla de la soledad humana. Vivimos en nuestros mundos privados. Ese es uno de los motivos por los que leo y uno de los motivos por los que quiero escribir. Es muy extraño estar vivo y, a medida que pasan los años, se vuelve más extraño. Lo que nos pasa dentro parece cada vez más alejado de nuestro comportamiento y de nuestros actos hacia los demás. En cierto sentido está muy bien que así sea, porque las personas en general tienen el corazón roto y lidian con una inmensa cantidad de dolor. Aun personas con vidas comparativamente buenas. Siento que lidiar con todo tan bien como lo hacemos y poder tener la misericordia necesaria es, casi todo el tiempo, una hazaña. Y está la otra cara de eso: las cosas innecesarias que nos hacemos los unos a los otros son pavorosas.
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...para mí es sagrado no humillar a nadie, no avergonzar a nadie, no ser crueles, no ser angurrientos, no mentir. No ser violentos. No soy una gran admiradora de los seres humanos como especie. Leí a Primo Levy a los veinte años y creo que fue el escritor que más influenció mi forma de pensar. Aprendí mucho leyendo lo que él escribió sobre Auschwitz. También su estilo es precioso, todo está dicho en un susurro. Imagínese hablar sobre Auschwitz en el tono de un susurro. Lo que me enseñó no trata sobre los alemanes, trata sobre mantener la calma y sobre lo que pasa cuando estamos en una posición de poder absoluto. Donde todo está permitido, cualquier cosa puede pasar. Leerlo fue una lección inmensa para mí. Entendí también que no había nada espantoso que yo no sería capaz de hacer.
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La escritura es muy solitaria y uno se pierde, especialmente si no tiene fe en su propio juicio.
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Es también invalorable tener una vida tranquila. Necesito silencio y soledad. Me gusta estar en la naturaleza y adoro hacer caminatas en la oscuridad, cuando está tan oscuro que no puedo ver adónde estoy. Vivo cerca de un camino muy tranquilo lleno de árboles. Tengo un Perro pastor de ovejas con una mancha blanca en la punta de la cola. Pero hasta que mis ojos se ajustan a la oscuridad y puedo ver la punta blanca, no sé dónde estoy. Así me siento cuando escribo: estoy buscando ese rastro de luz en la oscuridad. Es bastante absurdo sentarse en un cuarto por semanas encendiendo fósforos que el viento apaga. Podría estar nadando en un lago o paseando el perro o cocinando. Para esas cosas tampoco se necesita dinero y son más placenteras. Pero creo que no hay nada como encontrar un cuento. Hay muchas cosas que no podemos entender y, cuando escribimos, estamos tanteando una explicación. El lenguaje es mucho más rico que nosotros. Hay un punto en el que el trabajo empieza a transformarse, y se enciende, y el lenguaje da un giro, y uno entiende qué es lo que estuvo haciendo sentado ahí todo ese tiempo. Ninguna emoción es comparable. No hay nada mejor. No me puedo imaginar haciendo ninguna otra cosa.
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Cuando yo era niña, había un hombre, el señor Hanley, que podía hallar agua. Iba con sus varillas de acero, y cuando pasaba sobre alguna corriente subterránea, las varillas simplemente se cruzaban en sus manos. Eso es lo que uno hace. Al principio, uno está todo el tiempo, la mayor parte del tiempo, recorriendo tierra en la que no se ve agua, y de pronto, en algún punto, si uno sigue caminando, las varillas se cruzan, y uno halla una historia.
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Trato de usar un ojo más objetivo y no ser autoindulgente con lo que me interesa, sino convertirlo en algo único en un sentido atemporal. Supongo que esa es mi ambición: que cruce límites, que llegue a ser común y humano, con cierto grado de compasión y al mismo tiempo de crítica a la sociedad de la que surge.
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Extractos de las entrevistas realizadas por Inés Garland y Gerardo Gambolini
Keegan crea personajes, en muchos casos atribulados por la infelicidad, la necesidad del otro y la frustración frente poderosas mareas que los arrastran, los ahogan y obligan a enfrentarse consigo y con los otros, desnudos en sus carencias, pero son tratados con una inmensa compasión por sus muchos sufrimientos y su dolorosa humanidad.
Aquí algunos de los párrafos que más me impresionaron de las entrevistas que leí.
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Casi toda la mejor escritura que he leído, la que más me conmovió, habla de la soledad humana. Vivimos en nuestros mundos privados. Ese es uno de los motivos por los que leo y uno de los motivos por los que quiero escribir. Es muy extraño estar vivo y, a medida que pasan los años, se vuelve más extraño. Lo que nos pasa dentro parece cada vez más alejado de nuestro comportamiento y de nuestros actos hacia los demás. En cierto sentido está muy bien que así sea, porque las personas en general tienen el corazón roto y lidian con una inmensa cantidad de dolor. Aun personas con vidas comparativamente buenas. Siento que lidiar con todo tan bien como lo hacemos y poder tener la misericordia necesaria es, casi todo el tiempo, una hazaña. Y está la otra cara de eso: las cosas innecesarias que nos hacemos los unos a los otros son pavorosas.
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...para mí es sagrado no humillar a nadie, no avergonzar a nadie, no ser crueles, no ser angurrientos, no mentir. No ser violentos. No soy una gran admiradora de los seres humanos como especie. Leí a Primo Levy a los veinte años y creo que fue el escritor que más influenció mi forma de pensar. Aprendí mucho leyendo lo que él escribió sobre Auschwitz. También su estilo es precioso, todo está dicho en un susurro. Imagínese hablar sobre Auschwitz en el tono de un susurro. Lo que me enseñó no trata sobre los alemanes, trata sobre mantener la calma y sobre lo que pasa cuando estamos en una posición de poder absoluto. Donde todo está permitido, cualquier cosa puede pasar. Leerlo fue una lección inmensa para mí. Entendí también que no había nada espantoso que yo no sería capaz de hacer.
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La escritura es muy solitaria y uno se pierde, especialmente si no tiene fe en su propio juicio.
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Es también invalorable tener una vida tranquila. Necesito silencio y soledad. Me gusta estar en la naturaleza y adoro hacer caminatas en la oscuridad, cuando está tan oscuro que no puedo ver adónde estoy. Vivo cerca de un camino muy tranquilo lleno de árboles. Tengo un Perro pastor de ovejas con una mancha blanca en la punta de la cola. Pero hasta que mis ojos se ajustan a la oscuridad y puedo ver la punta blanca, no sé dónde estoy. Así me siento cuando escribo: estoy buscando ese rastro de luz en la oscuridad. Es bastante absurdo sentarse en un cuarto por semanas encendiendo fósforos que el viento apaga. Podría estar nadando en un lago o paseando el perro o cocinando. Para esas cosas tampoco se necesita dinero y son más placenteras. Pero creo que no hay nada como encontrar un cuento. Hay muchas cosas que no podemos entender y, cuando escribimos, estamos tanteando una explicación. El lenguaje es mucho más rico que nosotros. Hay un punto en el que el trabajo empieza a transformarse, y se enciende, y el lenguaje da un giro, y uno entiende qué es lo que estuvo haciendo sentado ahí todo ese tiempo. Ninguna emoción es comparable. No hay nada mejor. No me puedo imaginar haciendo ninguna otra cosa.
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Cuando yo era niña, había un hombre, el señor Hanley, que podía hallar agua. Iba con sus varillas de acero, y cuando pasaba sobre alguna corriente subterránea, las varillas simplemente se cruzaban en sus manos. Eso es lo que uno hace. Al principio, uno está todo el tiempo, la mayor parte del tiempo, recorriendo tierra en la que no se ve agua, y de pronto, en algún punto, si uno sigue caminando, las varillas se cruzan, y uno halla una historia.
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Trato de usar un ojo más objetivo y no ser autoindulgente con lo que me interesa, sino convertirlo en algo único en un sentido atemporal. Supongo que esa es mi ambición: que cruce límites, que llegue a ser común y humano, con cierto grado de compasión y al mismo tiempo de crítica a la sociedad de la que surge.
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Extractos de las entrevistas realizadas por Inés Garland y Gerardo Gambolini
¡Qué lindo, DD! Me compré 'Antarctica' por Amazon; sólo leí uno de los cuentos, y es totalmente perturbador. Ahora me voy a poner las pilas con los demás.
ResponderEliminarBeso grande.
Laura
Laura, que lindo tu paseo por aquí, muchas gracias, querida.
ResponderEliminarSí terminé esta semana con tres luces y quedé muy conmocionada con esa novelita, tan perturbadora y en apariencia tan inofensiva.
Beso grade
Mercedes
Estoy leyendo "Cerca de la orilla del mar", una historio corta increible que también aparece "Historias de Cumpleaños" de Murakami, y es alucinante. Qué bueno encontrar tu blog y leer más sobre Claire Keegan.
ResponderEliminarHola Juan Carlos, bienvenido! Compartimos la devoción por Keegan y por Murakami, no es poco. Pase cuando quiera! Saludos!
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