Claudia Masin: la gracia
Hoy celebramos a Claudia Masin, la que tiene la gracia de las palabras, la que lleva hoja, flor y fruto todo junto, a quien bestias y flores se le arroban a los pies.
Una selección personal de algunos poemas de Claudia Masin.
Una selección personal de algunos poemas de Claudia Masin.
La gracia
A veces, muy raramente, un encuentro nos conmueve
de una forma que no puede ser atenuada por el pensamiento
o el lenguaje. Es que trae una memoria
de lo que fue íntimamente conocido y deseado, pero ha sido
desplazado a un lugar inalcanzable, de donde no sabría volver
a menos que una persona -entre todas- lo llamara. Somos
criaturas tímidas que no han hallado, en respuesta
a su curiosidad, a su pasión por todas las cosas, más que daño
o rechazo. Como animales que han luchado demasiado por su vida,
no sabemos qué hacer con la alegría, y si llega,
seguimos huyendo para salvarnos. Si lográramos vencer el terror,
si nos quedáramos, podríamos recuperar algo
perdido hace tiempo. La dicha más plena es una dicha física
y debería producirse sólo una vez,
antes de que conozcamos las palabras. Su regreso es siempre
un instante de gracia que nos devuelve el amor con que un día
la materialidad del mundo nos ha tocado.
A veces, muy raramente, un encuentro nos conmueve
de una forma que no puede ser atenuada por el pensamiento
o el lenguaje. Es que trae una memoria
de lo que fue íntimamente conocido y deseado, pero ha sido
desplazado a un lugar inalcanzable, de donde no sabría volver
a menos que una persona -entre todas- lo llamara. Somos
criaturas tímidas que no han hallado, en respuesta
a su curiosidad, a su pasión por todas las cosas, más que daño
o rechazo. Como animales que han luchado demasiado por su vida,
no sabemos qué hacer con la alegría, y si llega,
seguimos huyendo para salvarnos. Si lográramos vencer el terror,
si nos quedáramos, podríamos recuperar algo
perdido hace tiempo. La dicha más plena es una dicha física
y debería producirse sólo una vez,
antes de que conozcamos las palabras. Su regreso es siempre
un instante de gracia que nos devuelve el amor con que un día
la materialidad del mundo nos ha tocado.
::::::
La estela
Que no debía ser tan complejo, me decías ¿Y por qué no? ¿Acaso no es complejo
el sutil mecanismo que pone en conexión al polen y la abeja, o las infinitas
transformaciones químicas que sufre un pequeñísimo
grano de arena hasta llegar a ser parte, ya irreconocible, del cuerpo del diamante?
Es complejo encontrarnos y perdernos, los que andan por el fondo de la tierra
buscando el tesoro de una cueva inexplorada lo saben más que nadie,
no es al heroísmo ni a la astucia sino al azar o al misterio
que se debe el descubrimiento: ese cruce fatal, inevitable
entre quien busca y lo buscado, ese momento de arrebato y mutua
entrega. ¿Por qué debería ser fácil dar con aquello que esperábamos
ya de niños en el jardín del fondo de la casa, sin saber
que se trataba de una espera esa curiosidad honda y atenta
a cada ruido de la siesta, a una rama que se agrieta en el calor,
al paso de sombra de un lagarto en la humedad de las paredes?
¿Por qué hemos olvidado, si lo que sí sabíamos entonces
es que es difícil cierta clase de belleza, dar con ella, estar despiertos
cuando cruza por delante de nosotros, no para atraparla,
sino para quedarnos a vivir en la estela que deja?
el sutil mecanismo que pone en conexión al polen y la abeja, o las infinitas
transformaciones químicas que sufre un pequeñísimo
grano de arena hasta llegar a ser parte, ya irreconocible, del cuerpo del diamante?
Es complejo encontrarnos y perdernos, los que andan por el fondo de la tierra
buscando el tesoro de una cueva inexplorada lo saben más que nadie,
no es al heroísmo ni a la astucia sino al azar o al misterio
que se debe el descubrimiento: ese cruce fatal, inevitable
entre quien busca y lo buscado, ese momento de arrebato y mutua
entrega. ¿Por qué debería ser fácil dar con aquello que esperábamos
ya de niños en el jardín del fondo de la casa, sin saber
que se trataba de una espera esa curiosidad honda y atenta
a cada ruido de la siesta, a una rama que se agrieta en el calor,
al paso de sombra de un lagarto en la humedad de las paredes?
¿Por qué hemos olvidado, si lo que sí sabíamos entonces
es que es difícil cierta clase de belleza, dar con ella, estar despiertos
cuando cruza por delante de nosotros, no para atraparla,
sino para quedarnos a vivir en la estela que deja?
(de La plenitud, Hilos editora, 2010)
:::::::
Sin techo ni ley
¿Dejan rastro los pasos en la nieve, te es posible seguirme
a partir de ese rastro? La soledad se impregna
en cada cuerpo que toco, como la piel toma el sabor
de la sal al contacto con el agua del mar. No sabría
con qué palabras contarte la calma que alcanza una mirada
que no desea nada en lo mirado, o apenas
algo de calor, un fuego encendido con los pocos leños
reunidos a lo largo del camino. ¿Cómo hablarte
de cada noche que paso sin ansiar que amanezca,
sin ansiar esa larga sucesión de mañanas desprendiéndose de ésa
que ya no espero? ¿Cómo soporto la noche, entonces?
—preguntarías— ¿con qué excusa o qué fuerza?
Te diría: un esquimal soporta la presencia
material del silencio porque cierra los ojos e imagina
la música de las olas al rozar la arena en una playa desierta
retirándose y volviendo para sonar, una y otra vez, como una orquesta.
a partir de ese rastro? La soledad se impregna
en cada cuerpo que toco, como la piel toma el sabor
de la sal al contacto con el agua del mar. No sabría
con qué palabras contarte la calma que alcanza una mirada
que no desea nada en lo mirado, o apenas
algo de calor, un fuego encendido con los pocos leños
reunidos a lo largo del camino. ¿Cómo hablarte
de cada noche que paso sin ansiar que amanezca,
sin ansiar esa larga sucesión de mañanas desprendiéndose de ésa
que ya no espero? ¿Cómo soporto la noche, entonces?
—preguntarías— ¿con qué excusa o qué fuerza?
Te diría: un esquimal soporta la presencia
material del silencio porque cierra los ojos e imagina
la música de las olas al rozar la arena en una playa desierta
retirándose y volviendo para sonar, una y otra vez, como una orquesta.
( de La vista (Premio Casa de América de Poesía Americana 2002, Visor, Madrid),
:::::::
Te di mi cuerpo y lo recibiste
del mismo modo que si un niño te hubiera ofrecido
un tesoro incomprensible como prenda de amor:
el corazón de un pájaro, un puñado de arena.
del mismo modo que si un niño te hubiera ofrecido
un tesoro incomprensible como prenda de amor:
el corazón de un pájaro, un puñado de arena.
*
Quisiera que me cuides
como se cuida a aquellas personas enfermas
que ignoran la grave naturaleza de su mal:
suavemente, sin ningún gesto rotundo
de amor que las alarme,
les revele de repente la verdad.
como se cuida a aquellas personas enfermas
que ignoran la grave naturaleza de su mal:
suavemente, sin ningún gesto rotundo
de amor que las alarme,
les revele de repente la verdad.
(de Abrigo, Bajo la luna)
:::::::
El regreso
¿Qué trae el padre de su largo recorrido por los campos
amplios y planos como pasillos de hospitales donde él,
médico viejo y cansado, pasea su mirada pacífica, experta,
sobre todas las cosas del mundo como si fueran suyas,
las hubiera tenido en la mano tanto tiempo
que conociera sus exactas concavidades y accidentes?
No hay nada nuevo para él, ¿pero y nosotros?
¿Preguntándonos el cómo y el porqué, desasidos como estrellas fugaces
de la generosa custodia del cielo, nosotros cómo hacemos
para mirar las cosas sin angustia, sin que nos sobre o nos falte
siempre algo: una medida quizás, cuya ausencia hace imposible
caminar sin tropezarse a cada paso?
¿Qué mirada capturó de la muerte en sus ojos, qué amor
hizo descender sobre él para después dejarlo ir,
pájaro rapaz que de un momento a otro se volvió compasivo
y desechó los restos que le eran ofrecidos,
con la magnanimidad de quien ya fue llenado, está completo?
¿Pero y nosotros, a quienes esos restos cubrirían los huesos?
No podemos pedir, ya está perdido
lo que quedaba, lo que había de más.
amplios y planos como pasillos de hospitales donde él,
médico viejo y cansado, pasea su mirada pacífica, experta,
sobre todas las cosas del mundo como si fueran suyas,
las hubiera tenido en la mano tanto tiempo
que conociera sus exactas concavidades y accidentes?
No hay nada nuevo para él, ¿pero y nosotros?
¿Preguntándonos el cómo y el porqué, desasidos como estrellas fugaces
de la generosa custodia del cielo, nosotros cómo hacemos
para mirar las cosas sin angustia, sin que nos sobre o nos falte
siempre algo: una medida quizás, cuya ausencia hace imposible
caminar sin tropezarse a cada paso?
¿Qué mirada capturó de la muerte en sus ojos, qué amor
hizo descender sobre él para después dejarlo ir,
pájaro rapaz que de un momento a otro se volvió compasivo
y desechó los restos que le eran ofrecidos,
con la magnanimidad de quien ya fue llenado, está completo?
¿Pero y nosotros, a quienes esos restos cubrirían los huesos?
No podemos pedir, ya está perdido
lo que quedaba, lo que había de más.
¿Madre, por qué no dejarme salir a los caminos, entonces?
Si no hay nada que él traiga en los brazos, ¿por qué no dejarme
ir yo misma a buscar, si ese regalo que él esconde
cuidadosamente bajo la cama es una caja vacía?
¿Qué va a ser de nosotros ahora,
si es, y siempre fue mentira que de los baúles sacaba
objetos maravillosos, que podía enseñarte a pescar peces
de aletas brillantes como una moneda al sol? ¿Si es mentira también
que con sólo raspar un carboncito contra su pecho creaba el fuego
que iluminaba la superficie curva de la tierra, la geometría perfecta de la casa,
o que a nuestros cuerpos pequeños, con sólo mirarlos,
los volvía exuberantes como si fueran plantas parásitas colmadas
por la savia de otra planta? Dame la libertad, entonces
para soltarme de esta atadura que no ata a nada,
que yo de todos modos ya lo sé: hay un cielo
como hay una tierra, hay un desorden que, extrañamente, nos cuida,
hay quien desata la peste y a veces hay cura, hay mañanas
donde vamos a ser niños una vez, una vez sola,
para poder ir tomados de la mano de él,
de él que es esa tela secándose al sol
los días de buen clima, ropa dejada por un muerto, no me mientas,
no hubo padre ni habrá.
Si no hay nada que él traiga en los brazos, ¿por qué no dejarme
ir yo misma a buscar, si ese regalo que él esconde
cuidadosamente bajo la cama es una caja vacía?
¿Qué va a ser de nosotros ahora,
si es, y siempre fue mentira que de los baúles sacaba
objetos maravillosos, que podía enseñarte a pescar peces
de aletas brillantes como una moneda al sol? ¿Si es mentira también
que con sólo raspar un carboncito contra su pecho creaba el fuego
que iluminaba la superficie curva de la tierra, la geometría perfecta de la casa,
o que a nuestros cuerpos pequeños, con sólo mirarlos,
los volvía exuberantes como si fueran plantas parásitas colmadas
por la savia de otra planta? Dame la libertad, entonces
para soltarme de esta atadura que no ata a nada,
que yo de todos modos ya lo sé: hay un cielo
como hay una tierra, hay un desorden que, extrañamente, nos cuida,
hay quien desata la peste y a veces hay cura, hay mañanas
donde vamos a ser niños una vez, una vez sola,
para poder ir tomados de la mano de él,
de él que es esa tela secándose al sol
los días de buen clima, ropa dejada por un muerto, no me mientas,
no hubo padre ni habrá.
(De “La piedra”, inédito)
:::::::
Claudia Masin nació en Resistencia, Chaco, Argentina, en 1972. Es escritora y psicoanalista. Vive en Buenos Aires desde 1990. Publicó, entre otros, los libros de poemas: Bizarría (1997, Nusud), Geología (2001, Nusud), La vista (Premio Casa de América de Poesía Americana 2002, Visor, Madrid), Abrigo (Ed. Bajo la luna, 2007), El secreto (Ed. Liberia de la Paz, 2007) y La plenitud (Hilos Editora, 2010).
Comentarios
Publicar un comentario