Patricia Highsmith: hay algo dadá en todo este asunto
Una entrevista con preguntas muuuy raras y respuestas geniales, en algunos casos y más raras todavía en otros, de la reina del policial.
Patricia, cómo te queremos en este jardín (a pesar de esa extraña misoginia que cultivabas).
Foto tomada del blog de Andres Di Tella, fotografias.
:::::::::
Patricia Highsmith: Sí, me gustaba mucho Sherlock Holmes. Creo que leí todos sus libros cuando era pequeña. Son libros muy divertidos.
Entrevistadores: ¿Cuál es la pregunta que todavía no le han hecho a Patricia Highsmith?
PH: Bueno… así a quemarropa. No sé. Algo relacionado con mis pies, supongo. Nadie me ha preguntado nunca por mis pies. ¿Sabe qué número calzo? Un 41. No está mal para una mujer.
E: Entonces, ¿cuál cree que es la pregunta más adecuada para ganarse la confianza de un ser inquietante como usted?
PH: ¡Dios mío! A partir de ahora una pregunta relacionada con mis pies. Se lo aseguro.
E: Antes de acercarse a la escritora, suponiendo que ello pueda separarse de la mujer, ¿cómo es Patricia Highsmith en la intimidad de su retiro europeo? Descríbanos a grandes rasgos un día en la vida de…
PH: En realidad, no hay el misterio que muchos suponen. Soy una mujer sencilla y solitaria. Escribo unas pocas horas al día. Empiezo alrededor de las once y sigo hasta que me canso. No trabajo nunca de noche. Eso es una leyenda más propia de otros escritores.
E: Todo el mundo le pregunta por sus gatos. Por lo tanto, no vamos a fatigarla. Pero alguien dijo una vez que la máxima prueba de ingenio era precisamente ponerle un nombre adecuado a un gato. ¿Le importaría darnos otra prueba de su ingenio?
PH: Creo que tendré que darles dos, pues tengo dos gatos. Pero si se refieren al gato siamés, se llama Somyan.
E: ¿Por qué un siamés?
PH: Normalmente, es el más humano de los gatos, el más inteligente. En cierto modo, tiene algo de canino; sólo que es más exclusivista. No es fácil que pueda convivir con otro tipo de gatos ni con otros animales.
E: ¿Por eso no tiene usted otros animales domésticos?
PH: Sí, quizá sea por eso.
E: Sin embargo, había criado caracoles.
PH: ¡Ah! ¡Pero fue hace bastante tiempo! Aunque de vez en cuando, preparo un poco de tierra húmeda en un terrario y reúno a una docena de ellos. Una familia de caracoles.
E: En cualquier caso, la afición viene de antiguo. ¿Su primer libro no se llamaba "The Snail Watcher"?
PH: Exactamente no era un libro. Era un relato corto de unas ocho o nueve páginas que daba título a un conjunto de varias historias.
E: Sabemos que además tiene aficiones bastante curiosas.
PH: Cada vez menos; las tenía. Conservo en parte mi hobby por las plantas. Pero ya no construyo mesas, por ejemplo.
E: ¿Cree que el trabajo intelectual necesita de esas horas complementarias, de una ocupación manual que deje el cerebro casi vacío?
PH: Pienso que depende del intelectual. Particularmente, me hacía mucho bien. Aunque no puedo hablar de otros escritores. No estoy segura de poder hablar siquiera de otras personas.
E: ¿Existen animales literarios puros?
PH: Yo no, desde luego.
E: Nos gustaría saber algo de su infancia texana.
PH: No hay mucho que decir. Abandoné Texas a los seis años, y luego residí en Irlanda.
E: ¿Contribuyeron sus padres al nacimiento de su carrera literaria?
PH: Contribuyeron con la sangre, en la medida de la sangre. Pero nada más. En este sentido, nadie guió mis primeros pasos, nadie.
E: De niña, usted tenía una pesadilla terrible…
PH: ¿Una pesadilla?
E: Sí, algo relacionado con el insomnio.
PH: Es verdad. Pero no era una pesadilla, porque me sucedía estando despierta. Era miedo, el miedo a quedarme dormida. Yo pensaba que si me vencía el sueño, dejaría de respirar. Creía que la respiración era un acto consciente, algo que dependía de mi voluntad. Eso fue a los diez años.
E: ¿Marcó esta experiencia su personalidad?
PH: No, en absoluto. Todos los niños conocen sensaciones de este tipo. Es el lado horrible de la infancia.
E: Hay otra historia en los primeros años de Patricia Highsmith, el robo de un libro. ¿No es cierto?
PH: ¡Ah, sí! Yo tenía unos quince años. Era alumna de una escuela donde existía una buena biblioteca. Estaba fascinada por un libro de historia, un tomo ilustrado y grueso, muy caro. Creo que todas las chicas andaban detrás del volumen. Así que se me ocurrió robarlo. Pero no era fácil. Había que esconderlo bajo el abrigo, y cruzar disimuladamente una puerta flanqueada por dos guardianes. Al final, renuncié; pero decidí escribir un relato sobre este episodio. Y, no crea, mi estilo sencillo ya estaba allí.
E: Esto nos sugiere la siguiente pregunta. La vocación de Agatha Christie, por ejemplo, nació una noche en que fue sorprendida en su dormitorio por un ladrón. Quizá sea una leyenda, pero Agatha se asustó tanto que decidió crear un detective como el inspector Poirot. En cambio, usted planea un robo ya desde el primer relato. ¿Es ése el origen de su aportación a la literatura, el estar de parte del ladrón?
PH: No, de ninguna manera. Yo nunca estuve ni he estado de parte del ladrón.
E: Pero no negará que en el caso de Ripley usted resalta el lado fascinante del asesino…
PH: De acuerdo. Pero Ripley es la excepción. Mi excepción.
E: Cuéntenos un poco cómo nació su gran personaje. Fue durante un viaje por Estados Unidos, ¿no?
PH: A medias. En realidad, Ripley nació en Italia. Lo que sucede es que no supe escribir sobre él entonces. Al volver a América, todo aquello fue tomando cuerpo. Un día, viajando desde Nueva Inglaterra a Nuevo México, Ripley se me presentó de forma casi palpable. En menos de seis meses, el libro estaba concluido.
E: Parece como si el propio Ripley le hubiera dictado el primer volumen de la serie…
PH: No, no.
E: Lo dictó usted.
PH: Sí, es más correcto.
E: Sigamos. Existe un notable parecido entre Los embajadores, de Henry James, y A pleno sol. De hecho, el encargo es el mismo: alguien de mediana edad y privilegiada posición envía a un sujeto para que rescate al hijo que se está "perdiendo" en Europa. Pero así como Lambert Strether sucumbe al hechizo europeo durante buena parte de la historia, su Ripley va más allá, pasa de fascinado a fascinador, o mejor dicho, a participar en un juego de fascinaciones junto a Dickie, el hombre a quien tenía que "rescatar". ¿Cree que Ripley mata a Dickie antes de contaminarse por Europa, o porque ya ha sido contaminado por ella?
PH: ¿Contaminarse?
E: Sí, infectar; aunque no me gusta la palabra.
PH: Bien, la relación de Ripley con Europa es muy particular. Se aburre. Luego, siente envidia. Le vence un sentimiento ambivalente hacia Dickie. Efectivamente, el argumento coincide con Los embajadores en este punto, en la naturaleza del encargo, en la evolución del emisario.
E: En otra ocasión, si le parece, me encantaría hablar de James con usted, pero no vamos a abandonarlo del todo. En su libro Suspense se refiere a menudo a autores que se consideran tradicionalmente alejados del género: Flaubert, Balzac y otros grandes maestros. Detrás de las mejores novelas, detrás de Madame Bovary o un ciclo como La comedia humana, ¿hay en el fondo un gran libro de suspense?
PH: Ante todo, debo decirle que el concepto "suspense" es un término comercial, algo vinculado a las editoriales o notas de divulgación. No puedo imaginarlo como un estilo, pero sí como una actitud, o mejor aún, cierta tensión interna, cierto juego que otorga a cada libro un sabor específico. Ese sabor, desde luego, es común a las grandes novelas al margen de su argumento.
E: Entre el primer Ripley, en buena parte inocente, y el último… ¿qué clase de evolución sufre el personaje? ¿Cómo ha ido cambiando a lo largo de la saga?
PH: Pienso que se ha hecho un caballero.
E: ¿Un caballero? ¿Lo dice en un sentido europeo?
PH: Sí, un caballero a la manera europea.
E: ¿No sufre también un desencanto? ¿Un desencanto consigo mismo?
PH: No, no lo creo. A su modo, Ripley es un triunfador; quiero decir que triunfa en un tipo de empresas donde la mayoría de hombres fracasaría. Esto es algo que conocen bien algunos asesinos.
E: ¿La evolución de Ripley refleja su propia evolución frente al continente europeo? ¿El cambio de actitud suyo hacia Europa?
PH: No, no hay puntos en común.
E: Sin embargo, y volviendo a James, existe una pérdida de inocencia cuando un alma –digamos pura– entra en contacto con la decadencia europea. De hecho, Ripley sólo siente remordimientos tras su primer crimen.
PH: Sí, es verdad. La única sensación de culpa en Ripley está relacionada con Dickie Greenleaf. Pero tiene su lógica. Son dos hombres jóvenes que, en algún sentido, son amigos. Si uno mata al otro, lo normal es que aparezcan esa clase de sentimientos.
E: ¿Piensa que después del primer crimen, el asesino pierde su último reflejo moral?
PH: Bueno, yo no sería tan categórica; pero lo que está claro es que algo se rompe, algo cambia irremediablemente.
E: Quiero decir que si el resto de crímenes son más fáciles de cometer…
PH: Por supuesto. Después del primero, los otros pueden perpetrarse con más facilidad.
E: ¿Qué es lo que le atrae de las relaciones entre hombres? Ripley y Dickie, Bruno y Guy, Ripley y Murchison, etc. No es difícil ver en ellas algo de "homo sin sexualidad". Hay algo latente que no acaba de…
PH: Escuche, esto de la sexualidad me hace bastante gracia. No pienso que tenga nada que ver con las historias de Ripley, especialmente la primera. La sexualidad es como tomar té o café, ya me entiende. Si uno está casado, tendrá una vida sexual más o menos normal; si tiene una amante, le sucederá lo mismo en otro terreno. No sé. Me resulta difícil hablar de todo esto. Creo que en el caso de Ripley, las cosas ocurren en otra parte. Podríamos decir que lo importante sucede en un plano vertical.
E: Si Ripley fuera una mujer… ¿necesitaría entonces del plano horizontal? ¿Acabarían sus relaciones en una homosexualidad activa, en el lesbianismo?
PH: Extraña pregunta. La verdad es que no lo he pensado nunca. Será cuestión de empezar a imaginarme a Ripley como mujer. Sí, será divertido; pero a condición de que usted se imagine a Goethe también como una mujer.
E: Hablando de mujeres, ¿es capaz la mente femenina de cometer un crimen a sangre fría? ¿O se lo impide su mayor respeto por la vida?
PH: El crimen es algo demasiado concreto. No es una cuestión de sensibilidad global. Las mujeres que cometen crímenes los cometen con la misma frialdad y facilidad que el peor hombre. Ahora mismo, recuerdo una serie de crímenes que asolaron Inglaterra a mediados de los sesenta. Parece increíble. Eran crímenes de jóvenes madres de familia, personas que mataban a sus hijos en un país desarrollado. Fue algo escalofriante. Algo que yo no hubiera concebido jamás para ninguno de mis libros. De modo que no creo que sea una cuestión de respeto. A veces pienso que las mujeres tienen menos respeto por la vida. Y sobre todo, menos fuerza. Algunas no cometen asesinatos sólo por una cuestión de fuerza, de brazos.
E: Sin embargo, en sus libros de Ripley la mujer tiene un papel muy distinto a todo esto. Pienso en Heloïse, su esposa, un tipo de mujer muy convencional. ¿Su modelo de mujer es como Heloïse?
PH: No, mi modelo no. Pero, en general, casi todas las mujeres son como Heloïse. Eso es lo que pienso.
E: En tal caso, no carecen de fundamento las acusaciones de misoginia que pesan sobre usted. Además, escribió un libro de cuentos misóginos.
PH: Sí, lo hice porque me apetecía. Quería reflejar ciertos tics, las manías de nuestro sexo, las debilidades. Pero no me hubiera atrevido jamás a introducirlas en El amigo americano, por ejemplo. De hecho, la mujer no me inspira tanto como el hombre para mis historias. Hay otra dirección, otra acción. No sé. Creo que la charla se está volviendo tortuosa, tenebrosa.
E: No lo dudo. Usted es una experta en la materia. (El entrevistador le entrega un cuestionario en español para que lo responda.)
PH: ¿El humor moderno? Me parece fantástico. Sí, algo grande.
E: Perdone, yo no hablaba del humor moderno, sino del hombre moderno.
PH: ¡Oh! ¿Por qué ha tenido que estropearlo todo?
E: Bueno, hable de lo que quiera.
PH: No, no puedo. No puedo responder a todas estas preguntas con una sola palabra. Ya sé que es un test de asociación, pero no es fácil.
PH: Escoja una cualquiera.
PH: Imposible. Todas son importantes. Necesitaría mucho tiempo para hablar de ellas.
E: Bien, yo escogeré la más fácil. Háblenos de la pena de muerte.
PH: ¿Usted cree que es la más fácil? Supongamos que sí. Yo soy totalmente contraria a la pena de muerte. Es aberrante. Por lo demás, hay matices. Un crimen pasional no suele repetirlo la misma persona, pero sí el crimen del psicópata. No puede haber el mismo castigo en ambos casos.
E: ¿Cree usted que existe algún crimen justificable?
PH: Bueno, tampoco he querido decir eso. No, no creo que haya ningún crimen justificable. Ni por amor, ni por celos ni por nada.
E: ¿Qué relación hay entre los crímenes de Ripley, los famosos crímenes de sus libros, y los de El extranjero o Las cavas del Vaticano?
PH: Nada, ninguna. Yo no entiendo esa clase de crímenes. Pertenecen a un periodo concreto, algo lejano. Hay algo dadá en todo este asunto. No entiendo sus móviles, su falta de móviles.
E: Quizá el móvil sea menos sórdido, menos trivial. Quizá sea más existencialista. Detrás de cada crimen gratuito palpita un corazón existencialista.
PH: Puede ser. Pero no me interesa. No comprendo los asesinatos al estilo de El extranjero: ese libro de Camus, creo.
E: Sí, me temo que es de Camus.
PH: No, no me interesa.
E: Entonces, ¿en su opinión no es posible el "neco, ergo Sum"?
PH: ¿Cómo?
E: "Mato, luego existo", si me lo permite.
PH: No, para mí no. El crimen no es una forma de saborear la vida, como usted está sugiriendo. No, no es una forma de paladear la vida que se va.
E: Pero si alguien provoca una muerte, conoce la medida de la vida…
PH: De acuerdo, pero eso no tiene nada que ver conmigo.
E: Está claro que su gente mata por otros motivos.
PH: Sí.
E: ¿Podemos decir que asesinan por una erótica del crimen? ¿Por una energía del tipo sexual decantada hacia el mal y la destrucción?
PH: Tampoco me convence. Quizá no sea tan complicado. Quizá sólo maten por dinero o cosas así.
E: El hecho de hacer agradable a un criminal… ¿no es un mecanismo de antiangustia, una forma de ahuyentar los propios fantasmas?
PH: No, en absoluto. Yo nunca tuve instintos asesinos. No necesito exorcismos.
E: Quizá usted no, pero a lo mejor es una forma sutil de decirnos que nadie está a salvo, que todos podemos cometer un asesinato.
PH: Eso desde luego. Todos podemos cometer un crimen en un momento determinado.
E: ¿Por qué cree que sus compatriotas los cometen con esa cara engañosa y ambigua, con esa sonrisa de los retratos de Diane Arbus?
PH: No sé de quién me habla.
E: Sí. La fotógrafa de Vogue o Harper´s Bazaar. Algunos creen que fue la mejor retratista americana de los sesenta.
PH: ¿Mató al alguien?
E: ¡Oh, no! Se suicidó.
PH: Bueno, me figuro que fue una decisión bien estudiada. Tendría que ver esas fotos de las que me habla.
E: Una última pregunta: ¿cuál es el último mandamiento que nos queda?
PH: Imposible, yo no puedo saber eso. Creo que además no quiero saber eso. Me voy.
Entrevistadores: ¿Cuál es la pregunta que todavía no le han hecho a Patricia Highsmith?
PH: Bueno… así a quemarropa. No sé. Algo relacionado con mis pies, supongo. Nadie me ha preguntado nunca por mis pies. ¿Sabe qué número calzo? Un 41. No está mal para una mujer.
E: Entonces, ¿cuál cree que es la pregunta más adecuada para ganarse la confianza de un ser inquietante como usted?
PH: ¡Dios mío! A partir de ahora una pregunta relacionada con mis pies. Se lo aseguro.
E: Antes de acercarse a la escritora, suponiendo que ello pueda separarse de la mujer, ¿cómo es Patricia Highsmith en la intimidad de su retiro europeo? Descríbanos a grandes rasgos un día en la vida de…
PH: En realidad, no hay el misterio que muchos suponen. Soy una mujer sencilla y solitaria. Escribo unas pocas horas al día. Empiezo alrededor de las once y sigo hasta que me canso. No trabajo nunca de noche. Eso es una leyenda más propia de otros escritores.
E: Todo el mundo le pregunta por sus gatos. Por lo tanto, no vamos a fatigarla. Pero alguien dijo una vez que la máxima prueba de ingenio era precisamente ponerle un nombre adecuado a un gato. ¿Le importaría darnos otra prueba de su ingenio?
PH: Creo que tendré que darles dos, pues tengo dos gatos. Pero si se refieren al gato siamés, se llama Somyan.
E: ¿Por qué un siamés?
PH: Normalmente, es el más humano de los gatos, el más inteligente. En cierto modo, tiene algo de canino; sólo que es más exclusivista. No es fácil que pueda convivir con otro tipo de gatos ni con otros animales.
E: ¿Por eso no tiene usted otros animales domésticos?
PH: Sí, quizá sea por eso.
E: Sin embargo, había criado caracoles.
PH: ¡Ah! ¡Pero fue hace bastante tiempo! Aunque de vez en cuando, preparo un poco de tierra húmeda en un terrario y reúno a una docena de ellos. Una familia de caracoles.
E: En cualquier caso, la afición viene de antiguo. ¿Su primer libro no se llamaba "The Snail Watcher"?
PH: Exactamente no era un libro. Era un relato corto de unas ocho o nueve páginas que daba título a un conjunto de varias historias.
E: Sabemos que además tiene aficiones bastante curiosas.
PH: Cada vez menos; las tenía. Conservo en parte mi hobby por las plantas. Pero ya no construyo mesas, por ejemplo.
E: ¿Cree que el trabajo intelectual necesita de esas horas complementarias, de una ocupación manual que deje el cerebro casi vacío?
PH: Pienso que depende del intelectual. Particularmente, me hacía mucho bien. Aunque no puedo hablar de otros escritores. No estoy segura de poder hablar siquiera de otras personas.
E: ¿Existen animales literarios puros?
PH: Yo no, desde luego.
E: Nos gustaría saber algo de su infancia texana.
PH: No hay mucho que decir. Abandoné Texas a los seis años, y luego residí en Irlanda.
E: ¿Contribuyeron sus padres al nacimiento de su carrera literaria?
PH: Contribuyeron con la sangre, en la medida de la sangre. Pero nada más. En este sentido, nadie guió mis primeros pasos, nadie.
E: De niña, usted tenía una pesadilla terrible…
PH: ¿Una pesadilla?
E: Sí, algo relacionado con el insomnio.
PH: Es verdad. Pero no era una pesadilla, porque me sucedía estando despierta. Era miedo, el miedo a quedarme dormida. Yo pensaba que si me vencía el sueño, dejaría de respirar. Creía que la respiración era un acto consciente, algo que dependía de mi voluntad. Eso fue a los diez años.
E: ¿Marcó esta experiencia su personalidad?
PH: No, en absoluto. Todos los niños conocen sensaciones de este tipo. Es el lado horrible de la infancia.
E: Hay otra historia en los primeros años de Patricia Highsmith, el robo de un libro. ¿No es cierto?
PH: ¡Ah, sí! Yo tenía unos quince años. Era alumna de una escuela donde existía una buena biblioteca. Estaba fascinada por un libro de historia, un tomo ilustrado y grueso, muy caro. Creo que todas las chicas andaban detrás del volumen. Así que se me ocurrió robarlo. Pero no era fácil. Había que esconderlo bajo el abrigo, y cruzar disimuladamente una puerta flanqueada por dos guardianes. Al final, renuncié; pero decidí escribir un relato sobre este episodio. Y, no crea, mi estilo sencillo ya estaba allí.
E: Esto nos sugiere la siguiente pregunta. La vocación de Agatha Christie, por ejemplo, nació una noche en que fue sorprendida en su dormitorio por un ladrón. Quizá sea una leyenda, pero Agatha se asustó tanto que decidió crear un detective como el inspector Poirot. En cambio, usted planea un robo ya desde el primer relato. ¿Es ése el origen de su aportación a la literatura, el estar de parte del ladrón?
PH: No, de ninguna manera. Yo nunca estuve ni he estado de parte del ladrón.
E: Pero no negará que en el caso de Ripley usted resalta el lado fascinante del asesino…
PH: De acuerdo. Pero Ripley es la excepción. Mi excepción.
E: Cuéntenos un poco cómo nació su gran personaje. Fue durante un viaje por Estados Unidos, ¿no?
PH: A medias. En realidad, Ripley nació en Italia. Lo que sucede es que no supe escribir sobre él entonces. Al volver a América, todo aquello fue tomando cuerpo. Un día, viajando desde Nueva Inglaterra a Nuevo México, Ripley se me presentó de forma casi palpable. En menos de seis meses, el libro estaba concluido.
E: Parece como si el propio Ripley le hubiera dictado el primer volumen de la serie…
PH: No, no.
E: Lo dictó usted.
PH: Sí, es más correcto.
E: Sigamos. Existe un notable parecido entre Los embajadores, de Henry James, y A pleno sol. De hecho, el encargo es el mismo: alguien de mediana edad y privilegiada posición envía a un sujeto para que rescate al hijo que se está "perdiendo" en Europa. Pero así como Lambert Strether sucumbe al hechizo europeo durante buena parte de la historia, su Ripley va más allá, pasa de fascinado a fascinador, o mejor dicho, a participar en un juego de fascinaciones junto a Dickie, el hombre a quien tenía que "rescatar". ¿Cree que Ripley mata a Dickie antes de contaminarse por Europa, o porque ya ha sido contaminado por ella?
PH: ¿Contaminarse?
E: Sí, infectar; aunque no me gusta la palabra.
PH: Bien, la relación de Ripley con Europa es muy particular. Se aburre. Luego, siente envidia. Le vence un sentimiento ambivalente hacia Dickie. Efectivamente, el argumento coincide con Los embajadores en este punto, en la naturaleza del encargo, en la evolución del emisario.
E: En otra ocasión, si le parece, me encantaría hablar de James con usted, pero no vamos a abandonarlo del todo. En su libro Suspense se refiere a menudo a autores que se consideran tradicionalmente alejados del género: Flaubert, Balzac y otros grandes maestros. Detrás de las mejores novelas, detrás de Madame Bovary o un ciclo como La comedia humana, ¿hay en el fondo un gran libro de suspense?
PH: Ante todo, debo decirle que el concepto "suspense" es un término comercial, algo vinculado a las editoriales o notas de divulgación. No puedo imaginarlo como un estilo, pero sí como una actitud, o mejor aún, cierta tensión interna, cierto juego que otorga a cada libro un sabor específico. Ese sabor, desde luego, es común a las grandes novelas al margen de su argumento.
E: Entre el primer Ripley, en buena parte inocente, y el último… ¿qué clase de evolución sufre el personaje? ¿Cómo ha ido cambiando a lo largo de la saga?
PH: Pienso que se ha hecho un caballero.
E: ¿Un caballero? ¿Lo dice en un sentido europeo?
PH: Sí, un caballero a la manera europea.
E: ¿No sufre también un desencanto? ¿Un desencanto consigo mismo?
PH: No, no lo creo. A su modo, Ripley es un triunfador; quiero decir que triunfa en un tipo de empresas donde la mayoría de hombres fracasaría. Esto es algo que conocen bien algunos asesinos.
E: ¿La evolución de Ripley refleja su propia evolución frente al continente europeo? ¿El cambio de actitud suyo hacia Europa?
PH: No, no hay puntos en común.
E: Sin embargo, y volviendo a James, existe una pérdida de inocencia cuando un alma –digamos pura– entra en contacto con la decadencia europea. De hecho, Ripley sólo siente remordimientos tras su primer crimen.
PH: Sí, es verdad. La única sensación de culpa en Ripley está relacionada con Dickie Greenleaf. Pero tiene su lógica. Son dos hombres jóvenes que, en algún sentido, son amigos. Si uno mata al otro, lo normal es que aparezcan esa clase de sentimientos.
E: ¿Piensa que después del primer crimen, el asesino pierde su último reflejo moral?
PH: Bueno, yo no sería tan categórica; pero lo que está claro es que algo se rompe, algo cambia irremediablemente.
E: Quiero decir que si el resto de crímenes son más fáciles de cometer…
PH: Por supuesto. Después del primero, los otros pueden perpetrarse con más facilidad.
E: ¿Qué es lo que le atrae de las relaciones entre hombres? Ripley y Dickie, Bruno y Guy, Ripley y Murchison, etc. No es difícil ver en ellas algo de "homo sin sexualidad". Hay algo latente que no acaba de…
PH: Escuche, esto de la sexualidad me hace bastante gracia. No pienso que tenga nada que ver con las historias de Ripley, especialmente la primera. La sexualidad es como tomar té o café, ya me entiende. Si uno está casado, tendrá una vida sexual más o menos normal; si tiene una amante, le sucederá lo mismo en otro terreno. No sé. Me resulta difícil hablar de todo esto. Creo que en el caso de Ripley, las cosas ocurren en otra parte. Podríamos decir que lo importante sucede en un plano vertical.
E: Si Ripley fuera una mujer… ¿necesitaría entonces del plano horizontal? ¿Acabarían sus relaciones en una homosexualidad activa, en el lesbianismo?
PH: Extraña pregunta. La verdad es que no lo he pensado nunca. Será cuestión de empezar a imaginarme a Ripley como mujer. Sí, será divertido; pero a condición de que usted se imagine a Goethe también como una mujer.
E: Hablando de mujeres, ¿es capaz la mente femenina de cometer un crimen a sangre fría? ¿O se lo impide su mayor respeto por la vida?
PH: El crimen es algo demasiado concreto. No es una cuestión de sensibilidad global. Las mujeres que cometen crímenes los cometen con la misma frialdad y facilidad que el peor hombre. Ahora mismo, recuerdo una serie de crímenes que asolaron Inglaterra a mediados de los sesenta. Parece increíble. Eran crímenes de jóvenes madres de familia, personas que mataban a sus hijos en un país desarrollado. Fue algo escalofriante. Algo que yo no hubiera concebido jamás para ninguno de mis libros. De modo que no creo que sea una cuestión de respeto. A veces pienso que las mujeres tienen menos respeto por la vida. Y sobre todo, menos fuerza. Algunas no cometen asesinatos sólo por una cuestión de fuerza, de brazos.
E: Sin embargo, en sus libros de Ripley la mujer tiene un papel muy distinto a todo esto. Pienso en Heloïse, su esposa, un tipo de mujer muy convencional. ¿Su modelo de mujer es como Heloïse?
PH: No, mi modelo no. Pero, en general, casi todas las mujeres son como Heloïse. Eso es lo que pienso.
E: En tal caso, no carecen de fundamento las acusaciones de misoginia que pesan sobre usted. Además, escribió un libro de cuentos misóginos.
PH: Sí, lo hice porque me apetecía. Quería reflejar ciertos tics, las manías de nuestro sexo, las debilidades. Pero no me hubiera atrevido jamás a introducirlas en El amigo americano, por ejemplo. De hecho, la mujer no me inspira tanto como el hombre para mis historias. Hay otra dirección, otra acción. No sé. Creo que la charla se está volviendo tortuosa, tenebrosa.
E: No lo dudo. Usted es una experta en la materia. (El entrevistador le entrega un cuestionario en español para que lo responda.)
PH: ¿El humor moderno? Me parece fantástico. Sí, algo grande.
E: Perdone, yo no hablaba del humor moderno, sino del hombre moderno.
PH: ¡Oh! ¿Por qué ha tenido que estropearlo todo?
E: Bueno, hable de lo que quiera.
PH: No, no puedo. No puedo responder a todas estas preguntas con una sola palabra. Ya sé que es un test de asociación, pero no es fácil.
PH: Escoja una cualquiera.
PH: Imposible. Todas son importantes. Necesitaría mucho tiempo para hablar de ellas.
E: Bien, yo escogeré la más fácil. Háblenos de la pena de muerte.
PH: ¿Usted cree que es la más fácil? Supongamos que sí. Yo soy totalmente contraria a la pena de muerte. Es aberrante. Por lo demás, hay matices. Un crimen pasional no suele repetirlo la misma persona, pero sí el crimen del psicópata. No puede haber el mismo castigo en ambos casos.
E: ¿Cree usted que existe algún crimen justificable?
PH: Bueno, tampoco he querido decir eso. No, no creo que haya ningún crimen justificable. Ni por amor, ni por celos ni por nada.
E: ¿Qué relación hay entre los crímenes de Ripley, los famosos crímenes de sus libros, y los de El extranjero o Las cavas del Vaticano?
PH: Nada, ninguna. Yo no entiendo esa clase de crímenes. Pertenecen a un periodo concreto, algo lejano. Hay algo dadá en todo este asunto. No entiendo sus móviles, su falta de móviles.
E: Quizá el móvil sea menos sórdido, menos trivial. Quizá sea más existencialista. Detrás de cada crimen gratuito palpita un corazón existencialista.
PH: Puede ser. Pero no me interesa. No comprendo los asesinatos al estilo de El extranjero: ese libro de Camus, creo.
E: Sí, me temo que es de Camus.
PH: No, no me interesa.
E: Entonces, ¿en su opinión no es posible el "neco, ergo Sum"?
PH: ¿Cómo?
E: "Mato, luego existo", si me lo permite.
PH: No, para mí no. El crimen no es una forma de saborear la vida, como usted está sugiriendo. No, no es una forma de paladear la vida que se va.
E: Pero si alguien provoca una muerte, conoce la medida de la vida…
PH: De acuerdo, pero eso no tiene nada que ver conmigo.
E: Está claro que su gente mata por otros motivos.
PH: Sí.
E: ¿Podemos decir que asesinan por una erótica del crimen? ¿Por una energía del tipo sexual decantada hacia el mal y la destrucción?
PH: Tampoco me convence. Quizá no sea tan complicado. Quizá sólo maten por dinero o cosas así.
E: El hecho de hacer agradable a un criminal… ¿no es un mecanismo de antiangustia, una forma de ahuyentar los propios fantasmas?
PH: No, en absoluto. Yo nunca tuve instintos asesinos. No necesito exorcismos.
E: Quizá usted no, pero a lo mejor es una forma sutil de decirnos que nadie está a salvo, que todos podemos cometer un asesinato.
PH: Eso desde luego. Todos podemos cometer un crimen en un momento determinado.
E: ¿Por qué cree que sus compatriotas los cometen con esa cara engañosa y ambigua, con esa sonrisa de los retratos de Diane Arbus?
PH: No sé de quién me habla.
E: Sí. La fotógrafa de Vogue o Harper´s Bazaar. Algunos creen que fue la mejor retratista americana de los sesenta.
PH: ¿Mató al alguien?
E: ¡Oh, no! Se suicidó.
PH: Bueno, me figuro que fue una decisión bien estudiada. Tendría que ver esas fotos de las que me habla.
E: Una última pregunta: ¿cuál es el último mandamiento que nos queda?
PH: Imposible, yo no puedo saber eso. Creo que además no quiero saber eso. Me voy.
(c) La Vanguardia, Miguel Dalmau y Lali Badosa
Interesante, en este caso, a diferencia de la entrevista que colgaste a Silvina Ocampo, el entrevistador me genera una suerte de enromes contradicciones, las mismas que le genera a Patricia. Por momentos dan ganas de asesinarlo, sin embargo, en su rol está bien:acorrala a la Highsmith, la hace beber de su propio veneno y por momentos sale airosa. Me resultan violentas sus preguntas y digo ¿es la manera de de llegar al fondo del escritor? o es simplemene ese chicaneo descarnado del que hacen gala cierto tipo de entrevistadores???no sé.... me lo pregunto tb para mí, por mi profesión.
ResponderEliminarLo que más me gusta de la entrevista es la perplejidad de P.H. Creo que ella era así, entendía todo, pero todo, también podía no entender nada si así le daba la gana.
ResponderEliminarPara leerla siempre y quererla mucho.