VANESA GUERRA: las luces nocturnas y el color de un cielo atardecido, sobre alguna superficie, nunca plana, siempre abierta, multiforme, errante
Vanesa Guerra:
Prodigiosa escritora de mundos extraños y personajes extraviados, clarividente a la manera de Silvina, autora de ensayos, cuentos y novelas que nos dejan planeando en los cielos de la perplejidad, de la ruptura del sentido, de la belleza de lo que se mira con el ojo multiforme y fragmentado de la mosca y queridísima e imprescindible persona preferida.
Aquí la autora leyendo un cuento en Quequén este verano en el encuentro de lecturas en la playa que organizó Sigamos Enamoradas.
Aquí la autora leyendo un cuento en Quequén este verano en el encuentro de lecturas en la playa que organizó Sigamos Enamoradas.
Aquí el libro de cuentos con el que ganó el Primer premio del FNA, editado por Bajo la luna y que recibió estas reseñas.
Aquí una breve lectura sobre los sueños de Leopoldina de Silvina O.
Silvina Ocampo;
mujer redonda sobre un fondo amarillo de tormenta
(breve comentario o texto inconcluso)
“Hay en Silvina una virtud que se atribuye comúnmente a los antiguos o a los pueblos del oriente y no a nuestros contemporáneos: la clarividencia. Más de una vez, y no si un poco de aprehensión, la he advertido en ella. Nos ve como si fuéramos de cristal, nos ve y nos perdona. Tratar de engañarla es inútil.
J. L. Borges
mujer redonda sobre un fondo amarillo de tormenta
(breve comentario o texto inconcluso)
“Hay en Silvina una virtud que se atribuye comúnmente a los antiguos o a los pueblos del oriente y no a nuestros contemporáneos: la clarividencia. Más de una vez, y no si un poco de aprehensión, la he advertido en ella. Nos ve como si fuéramos de cristal, nos ve y nos perdona. Tratar de engañarla es inútil.
J. L. Borges
Entre vitraux y claraboya filtra e imprimen su fantasma las luces nocturnas y el color de un cielo atardecido, sobre alguna superficie, nunca plana, siempre abierta, multiforme, errante. Silvina Ocampo es una voz que penetra en varias direcciones, quiebra y abre múltiples sentidos; a medida que nos avanza jaquea suavemente el referente elegido por cada lector para enfrentar el texto.
La maquinaria que pone en funcionamiento no implica un juego de ingenio, no considera el arte como una mecánica de inteligencias, relojitos funcionando a tempo, bobo oficio de narradores prolijos. Ocampo va más allá y es posible que a esa razón se deba el reconocimiento tardío de su obra, aún tardío para un mundo que apenas digiere más de cuatro acordes.
La maquinaria que pone en funcionamiento no implica un juego de ingenio, no considera el arte como una mecánica de inteligencias, relojitos funcionando a tempo, bobo oficio de narradores prolijos. Ocampo va más allá y es posible que a esa razón se deba el reconocimiento tardío de su obra, aún tardío para un mundo que apenas digiere más de cuatro acordes.
Aquí un ensayo maravilloso: “Ética de la escritura o los parabienes de un potlatch”
La descortesía mayor: el libro vacío y perfecto
Macedonio Fernández
Macedonio Fernández
El escritor teje lazos misteriosos con sus personajes. Rituales secretos, pactos de silencio.
El escritor teje sus lazos, trenza sueños sin palabras. Luego se entrega a la obra, y lo que obra en él, escribe.
Ser personaje es soñar ser real -ha escrito Macedonio Fernández- y lo magnífico de ellos, lo que nos posee y encanta de ellos, lo que tienen solo ellos y forma su ser, no es el sueño del autor, lo que este les hace ejecutar y sentir, sino el sueño de ser en que ávidamente se ponen.
El sueño de ser en que ávidamente se ponen. Esta idea, para mi, representa en gran medida la pasión de la escritura en Macedonio.
Las voces del sueño son voces de estatuas y papagayos, pienso y lo repito como un estribillo que retorna autómata y distorsionado luego de leer Casa Tomada. Pero los escritores no sueñan, escriben. Y tampoco escriben porque quieran, más bien son como soñados por voces de estatuas y papagayos que susurran o gritan vaya a saber qué cosas.
¿Quién escribe un texto? ¿Quién es el autor?
El autor ha muerto, pienso, y además lo han dicho y además se siente. No hemos de buscarlo en las letras que desparramó sonámbulo bajo el éxtasis de una madrugada. Ha muerto. Ha muerto porque se ofreció trémulo a ese banquete de estatuas y papagayos que consienten una alquimia capaz de engendrar personajes que sueñan con ser reales, y en ese etéreo y eterno afán codician la vida hasta el rasguño.
¿Quién es el autor? Un personaje más, otro que va mano a mano con los otros.
Desde allí todo libro debiera firmarse con un nombre distinto cada vez, porque el autor muere junto con todos los personajes que mueren cuando el libro se cierra y se termina. Y ese autor, particular personaje, ya no resucita para otro texto.
Imagino a Flaubert en un susurro estremecedor que horada su secreto cada vez: “Yo soy San Antonio” y también “Madame Bovary, soy yo”
Pero me insiste Macedonio con sus bromas: es indudable que las cosas no comienzan, o no comienzan cuando se las inventa o el mundo fue inventado antiguo.
Se habla de un mundo habitado por seres escritos, un mundo de seres escritos que mueren todos juntos en el final de una lectura.
Y soñar a Odiseo. A Odiseo que es el tejido de Penélope. El sueño de Penélope. Penélope infiel -como pocos han querido- que daba nueva letra a cada nuevo trabajo para el héroe infatigable que como Aquiles y el tortugo, siempre y casi siempre están por nunca llegar.
La historia y la ficción tejen realidades múltiples: no hay historia sin ficción, ni ficciones sin historia. Es seguro que algo de la Verdad se ha perdido para siempre. Ni siquiera: La verdad, es inconclusa, de naturaleza hueca. Por eso los sueños del ser soñado. No hay sueños, sino seres soñados, que sueñan soñar.
Y somos soñados cada noche, porque un real nos habita día tras día.
Lo real es hueco, de naturaleza verdadera.
Robert Graves amó a La Hija de Homero, y nadie sabe si Homero la reconoció alguna vez. Se dice que esta hija (supuesta Princesa Siciliana) se ocultó en un personaje homérico y se escribió a sí misma y luego, tomó el personaje del padre y firmó en su nombre La Odisea del final feliz.
Según una rara hipótesis de Samuel Butler (1896), Homero habría escrito un poema anterior en el cual el viejo Odiseo encontraría a su Penélope tejiendo gozosos romances por doquier. Y así las cosas, Nausícaa, -supuesto personaje homérico- haciendo uso del poder que emanan ciertas mujeres, habría cambiado la historia, la habría firmado con nombre de hombre reconocido y la habrían cantado por su vanidoso artificio durante mucho, mucho tiempo.
Tal vez, una de las primeras novelas más interesantes que se gestaron en este mundo, haya sido producto del genuino plagio de una mujer que se ocultó en un personaje.
Según se cuenta, -y ya vemos que la historia podría ser una variante de la ficción- Nausícaa vivió en el 700 a.C, y habría sido contemporánea a Homero y a Hesíodo y a tantos otros que se disputan la fecha.
Nobleza obliga, síntesis precaria de lo que es el Potlatch, en tanto intercambio de dones como forma de esa ley que sostiene lo social en todas sus maneras: el escritor entrega lo que nunca le podrá ser propio, si acaso no lo deja ir.
No obstante, en esa ajenidad oscura, él mismo se representa en su condena de ser dónde se ignora y no ser donde se aprehende.
¿Qué es un personaje sin un lector?
La inversa de un lector frente a un Libro Perfecto y Vacío. Una descortesía Mayor.
Hoy me insiste Macedonio: Lo que yo quiero es muy otra cosa, es ganarlo a él de personaje, es decir que por un instante crea él mismo no vivir. Macedonio quiere al lector convertido en personaje, lo quiere dentro, lo quiere en la trama, que la vigilia sea la escritura, que la vida sea el ensueño y más: un “choque de inexistencia” que en la psiquis de él, del lector, el choque de estar allí no leyendo sino siendo leído.
Tal vez, la idea de escritura no sólo implique a quien escribe y a quien lee. Macedonio busca tramas, hilos invisibles que formen un tejido sutil entre los personajes, entre todos los personajes enmarañados y esto incluye al lector y al autor en su trance, ebrio de dioses, de estatuas y papagayos.
O acaso negaremos, necios de miedo, el instante de vida que ellos nos ofrecen y que nosotros ofrecemos a esos otros seres de palabras escritas que, lejos muy lejos de la voluntad de un hombre que padeció la metamorfosis de engendrarse y engendrar personajes, nos envuelve. No es mera identificación, es esa una vulgar idea, pequeña y perfecta para su afán de cerrar una razón excluida de toda alquimia.
La propuesta rasguña lo imposible, pero no por eso deja de sumergirse allí cuando somos leídos, o cuando somos escritos o cuando somos soñados.
Freud como amante de la literatura desliza: Los poetas se incluyen entre aquellos hombres cuyo reino no es de este mundo.
Y Shakespeare: los hombres están hechos de la misma sustancia con que se conforman los sueños.
Poco resta agregar; de todas maneras insisto: escribir es algo parecido a dejarse tomar la casa.
Aquí un cuento precioso, para pasar un rato en compañía de sus historias raras
Aquí la revista que edita
http://www.con-versiones.com/
Vanesa Guerra nació en Buenos Aires, Argentina, en 1965. Licenciada en Psicología; ejerce como psicoanalista en la Ciudad de Buenos Aires. Los ensayos que ha publicado en diversos medios digitales y gráficos rescatan y recrean los cruces entre la literatura, el arte y el psicoanálisis. En 1993 funda y dirige junto a Sergio Rocchietti la Revista Transdisciplinaria Con-versiones, actual propuesta de tránsito y devenir entre disciplinas: http://www.con-versiones.com
Publicó los libros de cuentos Metáforas del Lunar Conyugal, Editorial Nueva Generación, 2000, Buenos Aires y La sombra del animal, Editorial Bajo La Luna con el que obtuvo el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes en 2007
Publicó los libros de cuentos Metáforas del Lunar Conyugal, Editorial Nueva Generación, 2000, Buenos Aires y La sombra del animal, Editorial Bajo La Luna con el que obtuvo el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes en 2007
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