Adrienne Rich: ella con quien traté de hablar, cuya cabeza lastimada y expresiva apartándose del dolor, se sumerge más hondo donde no puede escucharme, y pronto voy a saber que le estuve hablando a mi alma.
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Veintiún poemas de amor de Adrienne Rich- selección-
Estos poemas me han conmovido. De Adrienne sólo puedo decir que tengo por ella una admiración ilimitada. Las traducciones impecables, sensibles y precisas son de Sandra Toro.
No sólo yo, sino muchos otros fervientes admiradores de Adrienne hacemos público nuestro pedido a los editores argentinos para que editen este libro y en estas traducciones.
Gracias y que los disfruten de a poquito, no se atiborren, el riesgo es grande.
I
Cuando sea en esta ciudad parpadean las pantallas
con pornografía, vampiros de ciencia ficción,
matones victimizados doblados bajo el látigo,
además hay que caminar… nada más caminar
entre basura mojada y las crueldades de nuestros barrios
en primera plana.
Tenemos que agarrar nuestras vidas
de aquellos sueños rancios, del borboteo del metal, de esas desgracias,
y de la begonia roja que destella peligrosa
en la entrada de un edificio de seis pisos
o de las chicas de piernas largas jugando a la pelota
en el patio de la escuela.
Nadie nos imaginó. Queremos vivir como árboles,
sicomoros llameantes en el aire sulfúrico,
moteados de cicatrices, pero floreciendo con exuberancia,
nuestra pasión animal enraizada en la ciudad.
II
Me despierto en tu cama. Sé que estuve soñando.
Más temprano, la alarma nos separó,
y hace horas que estás en tu escritorio. Sé lo que soñé:
nuestra amiga, la poeta, entra en mi cuarto
adonde pasé días escribiendo,
hay borradores, carbónicos, poemas desparramados por todas partes,
y quiero mostrarle un poema
que es el poema de mi vida. Pero dudo,
y me despierto. Me besaste el pelo
para despertarme. Soñé que eras un poema,
digo, un poema que le quería mostrar a alguien…
y me río y otra vez vuelvo a soñar
con el deseo de mostrarte a todos los que amo,
de movernos juntas abiertamente
en la fuerza de la gravedad, que no es simple,
que arrastra un largo trecho al plumerillo por el aire más alto.
IV
Vuelvo a casa desde vos por donde la luz temprana de la primavera
seca las paredes de siempre, el Pez Dorado,
la casa de saldos, la zapatería… arrastro la bolsa
de las compras, corro al ascensor
donde un hombre anciano y tieso, deja tranquilamente
que las puertas me cierren casi encima. – ¡Por el amor de dios, sosténgala!
le chillo – histérica – y me despeja el camino.
Me instalo en la cocina, descargo los paquetes,
hago café, abro la ventana, pongo a Nina Simone
que canta Aquí llega el sol…abro el correo,
mientras bebo el café delicioso, la música deliciosa,
con el cuerpo liviano y pesado a la vez , todavía con vos. Del correo
se cae una fotocopia de algo escrito por un hombre
de 27 años, un rehén, torturado en prisión:
Mis genitales fueron objeto de tal despliegue sádico
que me mantienen constantemente despierto del dolor…
Hacé lo que puedas para sobrevivir.
Sabés, creo que los hombres adoran las guerras…
Y mi enojo incurable, mis heridas insuturables
se abren más con las lágrimas, inútilmente lloro,
y ellos todavía controlan el mundo, y vos no estás en mis brazos.
V
Este departamento lleno de libros podría partir al medio
fácilmente las mandíbulas y los ojos saltones
de los monstruos: una vez que abrís los libros, te tenés que enfrentar
al lado bajo de todo lo que amaste –
los estantes y las pinzas bien agarrados, el abrebocas
con el que hasta las mejores voces tuvieron que mascullar,
el silencio que entierra niños no deseados-
mujeres, desviadas, testigos – en la arena del desierto.
Kenneth me cuenta que ordenó sus libros de modo tal
que puede ver a Blake y a Kafka mientras escribe;
Sí, y todavía tenemos que vérnoslas con Swift
que aborrece la carne de las mujeres mientras les alaba la mente,
el terror de Goethe a las madres, Claudel vilipendiando a Gide,
y los fantasmas - con las manos apretadas por siglos -
de artistas que murieron en el parto, de sabias calcinadas en la hoguera,
Siglos de libros no escritos apilados detrás de estos estantes;
y todavía tenemos que mirar la ausencia
de hombres que no debían y de mujeres que no pudieron, hablarle
a nuestra vida. Este hoyo aún sin excavar
llamado civilización, este acto de traducción, este medio-mundo.
VI
Tus manos pequeñas, exactamente iguales a las mías -
sólo que el pulgar es más largo, más grande - a esas manos
podría confiarles el mundo, o a muchas manos como esas,
que empuñan las herramientas de poder o el volante
o tocan un rostro humano...manos así podrían poner
al nonato directo en el canal de parto
o pilotear un barco explorador
en medio de los icebergs, o reunir
los jirones finos como agujas de un gran krater
sostenido de ambos lados por
los dedos de mujeres extáticas
que marchan
al cubil de sibyl o a la caverna eleusiana -
manos como esas podrían ejercer una violencia inevitable
pero con tal moderación, con tal comprensión
del rango y de los límites
que la violencia sería para siempre obsoleta .
VII
¿Qué clase de bestia convertiría su vida en palabras?
¿De qué tipo de expiación se trata?
y escribiendo palabras así, también yo vivo.
¿Es como las señales que aúlla el carcayú,
la cantata modulada de lo salvaje?
¿O, cuando estoy lejos tuyo y trato de crearte con palabras,
te estoy usando nada más, como a un río o una guerra?
Y cómo usé los ríos, cómo usé las guerras
para escaparme escribiendo de las peores cosas -
no de los crímenes de los otros, ni siquiera de la propia muerte,
sino del error de querer la libertad con suficiente pasión como
para que los olmos apestados, los ríos enfermos y las masacres parecieran
meros emblemas de esa profanación de nosotros mismos?
VIII
Puedo verme a mí misma años atrás en Sunion,
dolorida y con un pie hinchado, Philoctetes
con forma de mujer, rengueando por el largo sendero,
recostada en un promontorio sobre el mar oscuro,
mirando las rocas rojas abajo adonde un espiral
de blancura me decía que una ola golpeó,
imaginando el empujón del agua desde esa altura,
sabiendo deliberadamente que el suicidio no era mi metier,
y todo el tiempo cuidando y midiendo esa herida.
Bueno, eso se terminó. La mujer que quería
su sufrimiento está muerta. Soy su descendiente.
Amo la cicatríz que me legó,
pero de aquí en más quiero seguir con vos
luchando contra la tentación de hacer del dolor una carrera.
X
Tu perra dormita, tranquila e inocente, entre
nuestros llantos, nuestras conspiraciones susurradas al alba
nuestras llamadas telefónicas. Ella sabe - ¿qué puede saber?
y si en mi propia arrogancia pretendo leerle
los ojos, allí sólo encuentro mis pensamientos animales:
que las criaturas deben encontrarse para el bienestar físico,
que las voces de la psique atraviesan la carne
más allá de lo que el cerebro torpe podría predecir,
que las noches planetarias se enfrían para aquellos
que están en el mismo viaje, los que quieren tocar
una criatura-viajero inequívoco hasta el final;
que sin ternura, estamos todos en el infierno.
XI
Cada pico es un cráter. Esa es la ley de los volcanes,
lo que los hace eterna y visiblemente femeninos.
No hay altura sin profundidad, sin un centro candente,
aunque nuestras suelas de paja se deshilachen en la lava endurecida.
Quiero viajar con vos a cada montaña sagrada
humeando por dentro como la sibila encorvada sobre su trípode,
Quiero estirarme a alcanzar tu mano mientras subimos por el sendero,
sentir tus arterias brillando en mi apretón,
sin dejar de notar la flor pequeña como una joya
poco familiar, sin nombre hasta que la renombramos,
colgada de la roca que cambia lentamente-
ese detalle del afuera que nos lleva hacia adentro,
que estaba ahí desde antes, que sabía que vendríamos, y que ve más allá.
XIII
Las reglas se rompen como un termómetro,
el mercurio se vuelca a través de los gráficos,
estamos en un país que no tiene lengua
ni leyes, vamos cazando al cuervo y al reyezuelo
por barrancos inexplorados hasta el amanecer
cualquier cosa que hagamos juntas es pura invención
los mapas que nos dieron están desactualizados
durante años conducimos por el desierto
preguntándonos si el agua alcanzará
las alucinaciones se vuelven sencillamente aldeas
la música de la radio nos llega clara –
ni Rosenkavalier ni Gotterdammerung
sino una voz de mujer que canta canciones viejas
con palabras nuevas, con un bajo tranquilo y una flauta
robados y tocados por mujeres fuera de la ley.
XVIII
Lluvia en la autopista del Oeste
luz roja a Riverside:
Cuanto más vivo, más pienso
que dos personas juntas son un milagro.
Contás la historia de tu vida
y por una vez, un temblor rompe la superficie de tus palabras.
La historia de nuestra vida se vuelve nuestra vida.
Ahora estás en fuga cruzando lo que algún poeta
seguro victoriano llamó el mar salado que se aleja.
Estas son las palabras que me vienen a la mente
siento el alejamiento, sí. Como he sentido al alba
empujar al día. Algo: una grieta de luz - ?
se cierra entre la pena y la angustia, un espacio se abre
donde yo soy Adrienne sola. Y enfriándome.
XX
Esa conversación que siempre estuvimos a punto
de tener, continúa en mi cabeza,
de noche el Hudson tiembla a la luz de New Jersey
agua contaminada que así y todo refleja
a veces a la luna
y distingo a una mujer
que amé, ahogada en secretos, con la herida del miedo en torno a su garganta
asfixiándola como cabello. Y esta es ella
con quien traté de hablar, cuya cabeza lastimada y expresiva
apartándose del dolor, se sumerge más hondo
donde no puede escucharme,
y pronto voy a saber que le estuve hablando a mi alma.
Cuando sea en esta ciudad parpadean las pantallas
con pornografía, vampiros de ciencia ficción,
matones victimizados doblados bajo el látigo,
además hay que caminar… nada más caminar
entre basura mojada y las crueldades de nuestros barrios
en primera plana.
Tenemos que agarrar nuestras vidas
de aquellos sueños rancios, del borboteo del metal, de esas desgracias,
y de la begonia roja que destella peligrosa
en la entrada de un edificio de seis pisos
o de las chicas de piernas largas jugando a la pelota
en el patio de la escuela.
Nadie nos imaginó. Queremos vivir como árboles,
sicomoros llameantes en el aire sulfúrico,
moteados de cicatrices, pero floreciendo con exuberancia,
nuestra pasión animal enraizada en la ciudad.
II
Me despierto en tu cama. Sé que estuve soñando.
Más temprano, la alarma nos separó,
y hace horas que estás en tu escritorio. Sé lo que soñé:
nuestra amiga, la poeta, entra en mi cuarto
adonde pasé días escribiendo,
hay borradores, carbónicos, poemas desparramados por todas partes,
y quiero mostrarle un poema
que es el poema de mi vida. Pero dudo,
y me despierto. Me besaste el pelo
para despertarme. Soñé que eras un poema,
digo, un poema que le quería mostrar a alguien…
y me río y otra vez vuelvo a soñar
con el deseo de mostrarte a todos los que amo,
de movernos juntas abiertamente
en la fuerza de la gravedad, que no es simple,
que arrastra un largo trecho al plumerillo por el aire más alto.
IV
Vuelvo a casa desde vos por donde la luz temprana de la primavera
seca las paredes de siempre, el Pez Dorado,
la casa de saldos, la zapatería… arrastro la bolsa
de las compras, corro al ascensor
donde un hombre anciano y tieso, deja tranquilamente
que las puertas me cierren casi encima. – ¡Por el amor de dios, sosténgala!
le chillo – histérica – y me despeja el camino.
Me instalo en la cocina, descargo los paquetes,
hago café, abro la ventana, pongo a Nina Simone
que canta Aquí llega el sol…abro el correo,
mientras bebo el café delicioso, la música deliciosa,
con el cuerpo liviano y pesado a la vez , todavía con vos. Del correo
se cae una fotocopia de algo escrito por un hombre
de 27 años, un rehén, torturado en prisión:
Mis genitales fueron objeto de tal despliegue sádico
que me mantienen constantemente despierto del dolor…
Hacé lo que puedas para sobrevivir.
Sabés, creo que los hombres adoran las guerras…
Y mi enojo incurable, mis heridas insuturables
se abren más con las lágrimas, inútilmente lloro,
y ellos todavía controlan el mundo, y vos no estás en mis brazos.
V
Este departamento lleno de libros podría partir al medio
fácilmente las mandíbulas y los ojos saltones
de los monstruos: una vez que abrís los libros, te tenés que enfrentar
al lado bajo de todo lo que amaste –
los estantes y las pinzas bien agarrados, el abrebocas
con el que hasta las mejores voces tuvieron que mascullar,
el silencio que entierra niños no deseados-
mujeres, desviadas, testigos – en la arena del desierto.
Kenneth me cuenta que ordenó sus libros de modo tal
que puede ver a Blake y a Kafka mientras escribe;
Sí, y todavía tenemos que vérnoslas con Swift
que aborrece la carne de las mujeres mientras les alaba la mente,
el terror de Goethe a las madres, Claudel vilipendiando a Gide,
y los fantasmas - con las manos apretadas por siglos -
de artistas que murieron en el parto, de sabias calcinadas en la hoguera,
Siglos de libros no escritos apilados detrás de estos estantes;
y todavía tenemos que mirar la ausencia
de hombres que no debían y de mujeres que no pudieron, hablarle
a nuestra vida. Este hoyo aún sin excavar
llamado civilización, este acto de traducción, este medio-mundo.
VI
Tus manos pequeñas, exactamente iguales a las mías -
sólo que el pulgar es más largo, más grande - a esas manos
podría confiarles el mundo, o a muchas manos como esas,
que empuñan las herramientas de poder o el volante
o tocan un rostro humano...manos así podrían poner
al nonato directo en el canal de parto
o pilotear un barco explorador
en medio de los icebergs, o reunir
los jirones finos como agujas de un gran krater
sostenido de ambos lados por
los dedos de mujeres extáticas
que marchan
al cubil de sibyl o a la caverna eleusiana -
manos como esas podrían ejercer una violencia inevitable
pero con tal moderación, con tal comprensión
del rango y de los límites
que la violencia sería para siempre obsoleta .
VII
¿Qué clase de bestia convertiría su vida en palabras?
¿De qué tipo de expiación se trata?
y escribiendo palabras así, también yo vivo.
¿Es como las señales que aúlla el carcayú,
la cantata modulada de lo salvaje?
¿O, cuando estoy lejos tuyo y trato de crearte con palabras,
te estoy usando nada más, como a un río o una guerra?
Y cómo usé los ríos, cómo usé las guerras
para escaparme escribiendo de las peores cosas -
no de los crímenes de los otros, ni siquiera de la propia muerte,
sino del error de querer la libertad con suficiente pasión como
para que los olmos apestados, los ríos enfermos y las masacres parecieran
meros emblemas de esa profanación de nosotros mismos?
VIII
Puedo verme a mí misma años atrás en Sunion,
dolorida y con un pie hinchado, Philoctetes
con forma de mujer, rengueando por el largo sendero,
recostada en un promontorio sobre el mar oscuro,
mirando las rocas rojas abajo adonde un espiral
de blancura me decía que una ola golpeó,
imaginando el empujón del agua desde esa altura,
sabiendo deliberadamente que el suicidio no era mi metier,
y todo el tiempo cuidando y midiendo esa herida.
Bueno, eso se terminó. La mujer que quería
su sufrimiento está muerta. Soy su descendiente.
Amo la cicatríz que me legó,
pero de aquí en más quiero seguir con vos
luchando contra la tentación de hacer del dolor una carrera.
X
Tu perra dormita, tranquila e inocente, entre
nuestros llantos, nuestras conspiraciones susurradas al alba
nuestras llamadas telefónicas. Ella sabe - ¿qué puede saber?
y si en mi propia arrogancia pretendo leerle
los ojos, allí sólo encuentro mis pensamientos animales:
que las criaturas deben encontrarse para el bienestar físico,
que las voces de la psique atraviesan la carne
más allá de lo que el cerebro torpe podría predecir,
que las noches planetarias se enfrían para aquellos
que están en el mismo viaje, los que quieren tocar
una criatura-viajero inequívoco hasta el final;
que sin ternura, estamos todos en el infierno.
XI
Cada pico es un cráter. Esa es la ley de los volcanes,
lo que los hace eterna y visiblemente femeninos.
No hay altura sin profundidad, sin un centro candente,
aunque nuestras suelas de paja se deshilachen en la lava endurecida.
Quiero viajar con vos a cada montaña sagrada
humeando por dentro como la sibila encorvada sobre su trípode,
Quiero estirarme a alcanzar tu mano mientras subimos por el sendero,
sentir tus arterias brillando en mi apretón,
sin dejar de notar la flor pequeña como una joya
poco familiar, sin nombre hasta que la renombramos,
colgada de la roca que cambia lentamente-
ese detalle del afuera que nos lleva hacia adentro,
que estaba ahí desde antes, que sabía que vendríamos, y que ve más allá.
XIII
Las reglas se rompen como un termómetro,
el mercurio se vuelca a través de los gráficos,
estamos en un país que no tiene lengua
ni leyes, vamos cazando al cuervo y al reyezuelo
por barrancos inexplorados hasta el amanecer
cualquier cosa que hagamos juntas es pura invención
los mapas que nos dieron están desactualizados
durante años conducimos por el desierto
preguntándonos si el agua alcanzará
las alucinaciones se vuelven sencillamente aldeas
la música de la radio nos llega clara –
ni Rosenkavalier ni Gotterdammerung
sino una voz de mujer que canta canciones viejas
con palabras nuevas, con un bajo tranquilo y una flauta
robados y tocados por mujeres fuera de la ley.
XVIII
Lluvia en la autopista del Oeste
luz roja a Riverside:
Cuanto más vivo, más pienso
que dos personas juntas son un milagro.
Contás la historia de tu vida
y por una vez, un temblor rompe la superficie de tus palabras.
La historia de nuestra vida se vuelve nuestra vida.
Ahora estás en fuga cruzando lo que algún poeta
seguro victoriano llamó el mar salado que se aleja.
Estas son las palabras que me vienen a la mente
siento el alejamiento, sí. Como he sentido al alba
empujar al día. Algo: una grieta de luz - ?
se cierra entre la pena y la angustia, un espacio se abre
donde yo soy Adrienne sola. Y enfriándome.
XX
Esa conversación que siempre estuvimos a punto
de tener, continúa en mi cabeza,
de noche el Hudson tiembla a la luz de New Jersey
agua contaminada que así y todo refleja
a veces a la luna
y distingo a una mujer
que amé, ahogada en secretos, con la herida del miedo en torno a su garganta
asfixiándola como cabello. Y esta es ella
con quien traté de hablar, cuya cabeza lastimada y expresiva
apartándose del dolor, se sumerge más hondo
donde no puede escucharme,
y pronto voy a saber que le estuve hablando a mi alma.
ADRIENNE RICH (EE.UU, 1929)
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