Silvio Mattoni: El animal que habla, el lenguaje que se mueve, el padre, el hijo y el cuerpo sacro
Termino mi domingo leyendo los Poemas sentimentales de Mattoni, creo que es una buena manera de despedir un día en el que me senté al sol, escuché bastante bien como soplaba el viento, leí mucho, conversé con una amiga queridísima y vimos Blue Valentine, que para decirlo de la forma más sencilla posible, es triste y feliz al mismo tiempo y tiene la cuota justa de melancolía para una película, para un domingo de julio, para una vida.
alguien mató algo
Voy a decir solamente algo,
la cosa que fui, incrustado
en la uña, en las esférulas de polvo
sacudido a la luz de la mañana.
El animal que habla, el lenguaje
que se mueve, el padre, el hijo
y el cuerpo sacro. La primera vez
que entendí la muerte, ¿de verdad
entendí algo? ¿O era sólo
algo para decir, la imagen del interruptor
y su clic instalando la negrura?
¿La ausencia de movimiento o acaso
lo que del sueño no se recupera?
Pero no, no es posible imaginar
nada sin mi presencia, ¿quién
podría decir ese algo de olvido
sino la cosa ida? Deténganse
y toquen esta piedra sin leyenda,
la celulosa efímera, los trozos
de metal en mis dientes. ¿Sirve de algo
decirlo ahora o deberé anotar
la risa permanente de mi hija
que seguirá sonando, por su dios,
cuando yo sea rastro de dolor
o de alegría en ella? Quiero hacer
la verdad del puntazo en el plexo
que el tacto y la escritura mitigaban
como una araña cartilaginosa
estirando sus patas dentro mío
por el ligero temblor de la tela
que soy, tapiz a medias enrollado
buscando el carretel inexistente.
Voy a decir solamente algo,
la cosa que fui, incrustado
en la uña, en las esférulas de polvo
sacudido a la luz de la mañana.
El animal que habla, el lenguaje
que se mueve, el padre, el hijo
y el cuerpo sacro. La primera vez
que entendí la muerte, ¿de verdad
entendí algo? ¿O era sólo
algo para decir, la imagen del interruptor
y su clic instalando la negrura?
¿La ausencia de movimiento o acaso
lo que del sueño no se recupera?
Pero no, no es posible imaginar
nada sin mi presencia, ¿quién
podría decir ese algo de olvido
sino la cosa ida? Deténganse
y toquen esta piedra sin leyenda,
la celulosa efímera, los trozos
de metal en mis dientes. ¿Sirve de algo
decirlo ahora o deberé anotar
la risa permanente de mi hija
que seguirá sonando, por su dios,
cuando yo sea rastro de dolor
o de alegría en ella? Quiero hacer
la verdad del puntazo en el plexo
que el tacto y la escritura mitigaban
como una araña cartilaginosa
estirando sus patas dentro mío
por el ligero temblor de la tela
que soy, tapiz a medias enrollado
buscando el carretel inexistente.
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memento
Recuerdo un momento humillante y otro
casi dichoso: tengo nueve, diez años
y me raparon porque los piojos abundaban
como ideas ávidas en mi cabeza;
cierta niña ya histérica pregunta
a su hermanita menor qué le parece
mi cara: “No me gusta, aquel de allá
tiene más lindo el pelo.” Pasan rápidos
años, clases, de la escuela pública
de cariñosos pobres al colegio
sólo para hombres y sus entenados.
Y el profesor de homosexual
literatura preceptiva o retórica lee
mi amena descripción de ruinas
y me pregunta en dónde la copié.
“La hice en un rato, sin pensar
en nada.” “Aplaudan que tenemos
a un nuevo Oscar Wilde.” Los amigos
gritan de risa. ¡Si supieran
cuánto veneno arroja el maestrillo
al poético efebo que nunca alcanzará!
Si estás vivo, leyendo, te perdono
la resentida sospecha. Podrás ver
que mi cinismo infantil se ha borrado
justo cuando repito un par de técnicas
métricas, escolares. Y el dolor
que habrás acumulado en esas aulas,
en tus poemas de fin de semana,
se parece hoy al mío, al de cualquiera
que recita en silencio y en el fondo
se enfrenta con la muerte antes de tiempo.
Recuerdo un momento humillante y otro
casi dichoso: tengo nueve, diez años
y me raparon porque los piojos abundaban
como ideas ávidas en mi cabeza;
cierta niña ya histérica pregunta
a su hermanita menor qué le parece
mi cara: “No me gusta, aquel de allá
tiene más lindo el pelo.” Pasan rápidos
años, clases, de la escuela pública
de cariñosos pobres al colegio
sólo para hombres y sus entenados.
Y el profesor de homosexual
literatura preceptiva o retórica lee
mi amena descripción de ruinas
y me pregunta en dónde la copié.
“La hice en un rato, sin pensar
en nada.” “Aplaudan que tenemos
a un nuevo Oscar Wilde.” Los amigos
gritan de risa. ¡Si supieran
cuánto veneno arroja el maestrillo
al poético efebo que nunca alcanzará!
Si estás vivo, leyendo, te perdono
la resentida sospecha. Podrás ver
que mi cinismo infantil se ha borrado
justo cuando repito un par de técnicas
métricas, escolares. Y el dolor
que habrás acumulado en esas aulas,
en tus poemas de fin de semana,
se parece hoy al mío, al de cualquiera
que recita en silencio y en el fondo
se enfrenta con la muerte antes de tiempo.
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incipit idyllium
No, no es la puerta que crucé al nacer,
ni una ventana al morir. ¿Qué vuelve hoy
entre el polvillo flotante del invierno
bailando con el sol de la mañana?
¿Cómo llegaron hasta mí esta niña,
su llanto persistente que me dice:
“ahora, ya, ya, ya...”? ¿Qué dios de mayo
me empujó a hablarte en esa construcción
de plástico y cemento, donde sufríamos
vos, ella, yo, vagas ambigüedades
por infringir las reglas de concordancia?
Nuestros paraguas descansaban juntos
y algo nos distraía del pudor
que en vano desplegaba su habitual
manto sobre la clase de gramática.
Al poco tiempo, un día me llevaste
hasta mi casa, con tu piloto beige,
tus manos pequeñitas manejando
y tu certidumbre de niña
que ha crecido hacia adentro, y pregunté:
“¿A vos te gusta coger? Para mí
es apenas un limbo que permite
hablar mejor.” Hablar como ya entonces
sin habernos tocado yo te hablaba.
“No es lo más importante”, contestaste,
con una risa oculta. ¿Percibiste
que no habría sorpresas, sólo gracias,
descubrimientos de mí en vos,
de vos en mí? Y aunque queríamos
gozar de la belleza, conocernos,
pusimos el deseo en las palabras.
Y cuando las dijimos siguió el tiempo.
Bajo el arco del cielo fuimos flechas.
Tenemos una pieza, estamos solos.
Nos sacamos la ropa, los dos vemos
un cuerpo más hermoso que el ansiado,
el adivinado. Besos de bajo
bisbiseo. ¿La escuchaste, la viste,
a esa vida pasada que se iba?
La suave crema del futuro unta
nuestros sexos cansados, insensibles
por un instante. Nunca supe
por qué lloraste esa noche, después,
acostada, desnuda y revisando
la pulcritud del techo. ¿Fue placer,
fue pena o despedida de otro cuerpo
que ya no volvería? ¿O la emoción
vacía que altera todos los líquidos
internos y extraños? Era imposible
que sospecháramos en cada lágrima
tuya, en cristal nocturno, una
nena, tras otra, tras otra, y vos
eras su madre y la mitad del padre
cuando sonó tu llanto en el deleite,
cuando miré en tus ojos el silencio,
espléndida como aire que relumbra.
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incipit idyllium
No, no es la puerta que crucé al nacer,
ni una ventana al morir. ¿Qué vuelve hoy
entre el polvillo flotante del invierno
bailando con el sol de la mañana?
¿Cómo llegaron hasta mí esta niña,
su llanto persistente que me dice:
“ahora, ya, ya, ya...”? ¿Qué dios de mayo
me empujó a hablarte en esa construcción
de plástico y cemento, donde sufríamos
vos, ella, yo, vagas ambigüedades
por infringir las reglas de concordancia?
Nuestros paraguas descansaban juntos
y algo nos distraía del pudor
que en vano desplegaba su habitual
manto sobre la clase de gramática.
Al poco tiempo, un día me llevaste
hasta mi casa, con tu piloto beige,
tus manos pequeñitas manejando
y tu certidumbre de niña
que ha crecido hacia adentro, y pregunté:
“¿A vos te gusta coger? Para mí
es apenas un limbo que permite
hablar mejor.” Hablar como ya entonces
sin habernos tocado yo te hablaba.
“No es lo más importante”, contestaste,
con una risa oculta. ¿Percibiste
que no habría sorpresas, sólo gracias,
descubrimientos de mí en vos,
de vos en mí? Y aunque queríamos
gozar de la belleza, conocernos,
pusimos el deseo en las palabras.
Y cuando las dijimos siguió el tiempo.
Bajo el arco del cielo fuimos flechas.
Tenemos una pieza, estamos solos.
Nos sacamos la ropa, los dos vemos
un cuerpo más hermoso que el ansiado,
el adivinado. Besos de bajo
bisbiseo. ¿La escuchaste, la viste,
a esa vida pasada que se iba?
La suave crema del futuro unta
nuestros sexos cansados, insensibles
por un instante. Nunca supe
por qué lloraste esa noche, después,
acostada, desnuda y revisando
la pulcritud del techo. ¿Fue placer,
fue pena o despedida de otro cuerpo
que ya no volvería? ¿O la emoción
vacía que altera todos los líquidos
internos y extraños? Era imposible
que sospecháramos en cada lágrima
tuya, en cristal nocturno, una
nena, tras otra, tras otra, y vos
eras su madre y la mitad del padre
cuando sonó tu llanto en el deleite,
cuando miré en tus ojos el silencio,
espléndida como aire que relumbra.
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bautismo
Si creyéramos en dioses, dirías
que la fluorescencia de los escorpiones
sólo les sirve para que los biólogos
puedan cazarlos en la noche oscura.
Pero aquí estamos sin ninguna fe
bajo el techo barroco de la iglesia
y hasta el oro envejecido se opaca
para confirmar la muerte. ¿Podrán
unas palabras apenas, en un punto
dichas, en este cuerpo que algún día
ya no estará, decir, salvar
la vida de la niñita que duerme
ahora que parodiamos viejos ritos?
Pero a ella no le importa lo que somos,
lo que no queremos, le alcanza y sobra
el sueño y la comida. El futuro
no nos pertenece, aunque a la nada
pidamos una hebra afirmativa,
un hilo rojo en el vestido blanco.
Si habláramos, con suerte te diría
que hay otra fluorescencia en la que creen
las niñitas impávidas, la luz
de Campanita que existe únicamente
por la fidelidad. ¿Cómo empezar
a olvidar que este cuerpo sin palabras
será de la vejez y del vacío?
Ay, hermano, la cola del alacrán
me atraviesa el plexo. Nunca veremos
su cara de abuela. Pero el fulgor
es uno solo, y el veneno del bicho
circula en las nervaduras del hada
como esa eternidad que no deseamos.
Para más Mattoni, vayan a ese proyecto tan iluminado que es la infancia del procedimiento
Me gustan, me trasladan a un lugar distinto, desconocido, adentro. Gracias, Mercedes!
ResponderEliminarMacky
Macky, algo parecido me pasa, adentro, distinto, me dan ganas de abrazarlo a Mattoni, cuenta sus cosas y es tan poeta...gracias! te imagino frente al mar, ya estarás allí?
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