ELBA SERAFINI/ ¿Alguien, además de una madre conoce el pequeño escalofrío que hay en la abnegación? cruje el hogar hace su despliegue incandescente y sin embargo todo abrigo no alcanza para empezar el día.
Los poemas de Elba Serafini pueden leerse como ajustadas crónicas naturalistas pero lo crucial en ellos no es lo que se ve sino lo que apenas se roza. Poemas de lo fugaz e irreversible, construidos sobre lo que quizás fue. El ojo avizor que registra en el parpadeo más que en la travesía, el oído que en el ruido del mundo ausculta el ronroneo, el murmullo. El escalofrío que provoca la perplejidad: conozco o desconozco. Son poemas escritos alargando el oído al imperceptible crac de la rama que ¿pisamos o creímos pisar? Poemas de la pregunta; los he leído larga, repetidamente y siempre encuentro el sustrato, esa manera tan personal de Elba de interpelar lo oculto en lo cotidiano, en el viaje, en la caminata, en el recuerdo de la infancia, su personal registro de las catástrofes mínimas, su relato de la destrucción y construcción del mundo donde nada es trágico, pero todo muere o morirá con la misma vitalidad con la que nace. Hoy vuelvo a leerlos y celebro el asombro que nos deja cada vez que interpela lo oculto y se queda sin respuestas.
MA
Aquí una pequeña selección de sus dos libros Dinamarca (Ed. Sigamos enamoradas) y El lugar en el que estamos (Ed. Viajero insomne)
I
Noche de inmenso cielo
no lo veo más
que a través de la ventana
de la cocina
cuando voy a buscar
algo para comer.
Un viento fuerte del sur
hace caer los cables
que se unen al carrillón
y a más cables
en rítmico devaneo.
Nerón equilibrista los mira
sin dejar de rugir
por la presencia
que lo aleja de mi lado.
¿Qué hacer con la ansiedad?
preguntaste.
Si estuviéramos en el desierto
diría que se avecina
una tormenta de arena.
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Todo sucede en la espera,
en el tiempo que transcurre
mientras un hijo crece
o un aguacate da sus frutos
y aún así parece que nada pasa.
Es invierno y pienso en los días
de sol rojo, de cielo rutilante
hasta la impaciencia.
¿Alguien, además de una madre
conoce el pequeño escalofrío
que hay en la abnegación?
cruje el hogar
hace su despliegue incandescente
y sin embargo
todo abrigo no alcanza
para empezar el día.
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LOS DÍAS APARENTES
Ruido del mar, qué golpe derramado
qué entreverada voz y qué sonido
tan confuso y oscuro
cuando todo en derredor está tan claro.
Circe Maia
I
En algunas playas de la Riviera
unos pájaros negros como cuervos
caminan la arena fría,
lanzan gritos afilados,
se aferran a los parasoles y planean
atacar a los turistas.
Una fotógrafa avezada se acerca sigilosa,
les da de comer pequeñas migas
que antes moldea con sus dedos,
ellos se aquietan
y caminamos con tranquilidad
hacia la envoltura turquesa
del océano.
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I
Hoy las plantas se volvieron locas
creen que es primavera,
están teniendo brotecitos verdes
y flores, que se quemarán
con las heladas
todavía por venir.
Me quito las medias
y camino descalza
por el piso frío
de la gran casa silenciosa.
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II
Antes, todo en mí te celebraba
y aún hoy te privilegia;
un mecanismo extraño se empeña
en crear escenas ficticias,
ellas me convencen
de que no hubo malos tiempos
un ensamble
un nuevo orden de cosas
en donde la memoria adquiere
cierta forma de tranquilidad.
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Los gansos negros que habitaron
el Paseo central da alameda
se fueron un día, sorpresivamente.
No es la ausencia
lo que lastima,
es haber estado allí
y no haberlos visto.
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Oruga o mariposa
te quedás adentro o afuera.
Afuera está el mal, me advirtieron
pero no les hice caso
y desplegué las alas más buscadas
por los coleccionistas.
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En la noche los hombres cantan
y el humo espeso rodea a los presentes.
Cautivado alguien tropieza conmigo
y al disculparse
intento convencerlo
de que no estoy.
Perseguida por la idea
de no habitar un cuerpo,
busco la manera de respirar
sin ser vista.
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Estoy semidormida
mi boca entreabierta murmura
algo inteligible, sin embargo
mantiene cierta coherencia
con el entorno.
Parece que voy a despertar,
casi siempre parece
que va a ser fácil
despertar,
un sonido desmesurado
o el aire que mueve las cortinas
y una hilación imaginaria
se esfumaría para siempre.
“For you” le dijo ella al guitarrista
secándose una lágrima
al terminar de jazzear
una canción de amor.
El ruido de los autos
un grito lejano
y la calma ensombrecedora.
For you, repito para soñarlo,
y así detener por esta noche
el desvelo.
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Cuando mi hijo nació
yo tenía la misma edad de mi madre
al tenerme a mí.
Otra madre en otro auto
condujo por la avenida solitaria.
Esa noche fue la última
de un calor prolongado,
la primera de un sonido
incomprensible.
Un niño duerme donde otro
lo precedió.
¿Ahora es pasado?
Por un instante,
sólo por un instante.
De Dinamarca (2007)
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Acá: el prologo que escribió Ana Lafferranderie para El lugar en el que estamos
Un lugar a nuestro modo
El lugar en el que estamos siempre es múltiple. Es el pequeño territorio del instante y es el que llevamos dentro, cambiante como los ritmos del aire y los ciclos de los árboles. Es a la vez cada ámbito que tracciona el recuerdo y lo que suma la propia percepción: los avisos del mundo que llegan por sonidos, movimientos cercanos, arribos de la luz.
Elba Serafini nos ubica en un territorio signado por el radar de un yo lúcido y atento, que dialoga consigo mismo mientras registra en forma minuciosa y selectiva acontecimientos en apariencia pequeños. Un yo que anticipa, reconoce, recuerda. Y cada aspecto de lo real que sopesa pasa por el tamiz de una cauta inquietud, se integra a una tensión. Es un yo retraído y a la vez profundamente conectado. Un yo perplejo, anhelante, vital.
“De pronto todo es un río, /las calles, las casillas de madera/ al otro lado de las vías / Casi adivino a los perros/ temblando, afuera”, dice Elba. Una diversidad de desplazamientos materiales, perceptivos, imaginarios se mixturan en el universo de este libro. Su lugar es un adentro-afuera, es ese diálogo que realiza el mundo de un modo único, subjetivo, y que, guiado por la percepción poética, potencia la experiencia. En cada poema que compone este libro, el presente de la enunciación se expande, se acrecienta. Y allí radica la verdad de su poesía.
“Un viento fuerte del sur/ hace caer los cables” dice un poema. “Hileras de luces tenues/ como las nubes/ del buen tiempo/ balanceándose en la avenida”, describe otro. Y luego: “apenas llegábamos a cerrar las ventanas/ cuando ya se respiraba/ el agua en la tierra”. “El lugar en el que estábamos” es un libro de gran sensorialidad que se vale con solvencia de sucesos delicados, no estridentes, de murmullos, de un leve devenir, mientras nos habla del peso de la existencia, de las grandes preguntas que apenas se formulan porque están vivas en el núcleo del poema.
La vida aparece así como ese “gran buque blanco, poderoso, averiado” que surge en un poema o como el “colectivo vacío” que nos cruza un rato antes: pura potencialidad y a la vez ausencia.
Vivir es convivir con malestares, latidos que molestan, predicciones que fracasan. Aceptar hechos que transforman, hundirse y resurgir. En este libro, alejarse puede significar la posibilidad de un acercamiento; estar cerca puede resultar excesivo. Y entonces llueve para que no tengamos “que salir a regar”, para que podamos dosificar la salida, construir un lugar a nuestro modo. “Pero al poco tiempo/ otra vez estamos ahí” afirma Elba, y está la posibilidad de abrir ventanas, descansar en el sueño. Está el deseo de reír. El deslumbramiento frente al roce de las hojas del plátano o la presencia de estrellas. Y está la esperanza: “y si la fría nieve bajara otra vez/ sobre este lugar/ que no abandono/ podría cambiar, hacerme árbol/ salvarme de un alud”.
“¿Qué hacer con la ansiedad?” se pregunta este libro y el lector intuye: hacer poesía, describir la materia morosa de un momento, recuperar las “escenas ficticias”, ver un río en las calles, adivinar el temblor de los perros. Comprender y afirmar que la vida sucede cuando parece quedarse quieta, que el movimiento de las hojas y el crecimiento de un hijo se emparentan y que comprobar la magnitud vital de esos hechos es la mayor, quizás la única, riqueza que tenemos.
Ana Lafferranderie
la magia de internet me llevo a tu posia
ResponderEliminarsolo decirte que me gusta
es sincera, sin manierismos, ni palabras forzadas
gracias! Marie