Aprendiendo de dios -SAUL BELLOW












Desde fines de diciembre ÉL es mi acompañante -de cartera-, va conmigo en el libro que paseo hora tras horas, yendo y viniendo desde y hacia el hogar, en colectivos, aviones y caminatas interrumpidas en busca de cafés y lectura de medio camino.

Me dice cosas –tremendas, hilarantes, poéticas, recalcitrantes- sobre su alter ego, Herzog, sobre la vida –el fracaso ante la ilusión del amor-, sobre esos anti héroes entre los cuales prefiero contarme y, por supuesto, sobre mí misma.

Es decir, de todos los posibles dioses a los que atribuimos la creación del universo, me hubiera gustado -estos últimos días y nunca exclusivamente ya que el panteón es grande y allí hay varios (Flaubert, Dostoievski, Munro,  etc., etc.)- no ser sino una creación de Bellow. 

ÉL sin duda hubiera sabido observar con esa curiosidad mal sana y al mismo tiempo afectuosa, dejando escapar su aguda risa, cada uno de mis desmoronamientos y una vez  tocado el fondo, entonces sí, propiciado una reconstrucción más graciosa, compasiva e inteligente, desde los fragmentos. 

Si la gente se desmorona frente a ti, no deberías intentar reconstruirla. Deberías dejar que ellos mismos recompongan sus fragmentos.

Así escribe ÉL, sin la tentación de sentirse artífice de la recontrucción de los personajes y especialmente de elegir sus posibilidades de redención, cuando crea personajes simplemente deja que se desmoronen y se recompongan desde sus esquirlas. Por supuesto que cuando ÉL lo cuente, lo hará con las dosis justas de decepción, sorpresa, hilaridad, ingenuidad y crueldad para que tu creación y la caída valgan la pena.

Puesto a decir es un genio, puesto a crear personajes, es de una potencia divina.

Desde un realismo que nada tiene que ver con la idea de quedarse atrapado en las minucias de la vida, sino desde el realismo Bellowsiano de poner en tela de juicio el pequeño sentido de la realidad  ÉL dice:

 “Yo creo que la literatura realista, desde un principio, ha hablado de las víctimas. Del individuo común y corriente ­y la literatura realista siempre se ocupa de individuos comunes y corrientes­ en lucha contra el mundo externo que, naturalmente, acaba por vencerlo... La corriente realista tiende a poner en tela de juicio el significado humano de los sucesos y de las cosas. La medida de nuestro realismo es la medida de nuestra propia amenaza contra el arte que practicamos. El realismo ha aceptado y rechazado invariablemente las circunstancias de la vida diaria. Aceptó escribir sobre la vida diaria, pero intentó hacerlo recurriendo a procedimientos extraordinarios. Este es el caso de Flaubert. El tema puede ser ordinario, ruin, degradante, pero redimido por el arte. El ambiente sugiere la forma, el estilo en que debe ser presentado. Yo trabajo apoyado en ese fundamento... Cuando escribo, pienso en algún ser humano que pueda comprenderme. Esto lo tomo muy en cuenta. Pero no pienso en ningún lector ideal. Permítame añadir esto: cuando escribo me acepto a ojos cerrados, como ese excéntrico que no puede concebir que alguien no comprenda con absoluta claridad todas sus excentricidades".  

Aquí van parte de los subrayados:

“Parecía que habían metido al sol en botella fría. Se me cerró el alma.

Qué pájaro sensual tan divertido era. Acaso tenía la aberración de los recuerdos.

A veces necesitaba uno esconderse en algún rincón lejano, como un animal.

Las playas sientan bien a los locos con tal de que no estén demasiado locos. El se hallaba en el punto medio.

La gente se muere –y no es metáfora- de la falta de algo real que llevarse a casa cuando termina la jornada. Solo tienes que pensar en lo dispuestos que están a aceptar el mayor disparate.

¡Qué bien entienden los niños el amor!

Desde luego, la nieve no me refrescó el corazón.

Los campos se volvieron azules. Cada antena de radio era como un ojo de aguja con una gota de sangre.

Tenía la altivez de la niña que se sabe cerca de la adolescencia y que pronto tendrá la capacidad de herir.

Ya sabemos que la mayoría de la gente no tiene nada de poética, pero exageras al considerar eso como una traición.

Era un depresivo y los depresivos nunca renuncian a la infancia, ni siquiera a las penas y dolores de esta.

Todos los tesoros están guardados por dragones, así es como se sabe si vale la pena.”


Rodrigo Fresan -el lector inteligente y anticipado de todos los dioses americanos del panteón, a quién siempre es bueno leer mientras se los lee- en una de sus tantas e inflamadas lecturas nos deja repicando ideas que nos hablan de ÉL, aunque podamos imaginar la mueca sardónica con que habría contestado si llegaba a oírlas:

La gloria de Bellow pasa por el modo en que combina inteligencia e ingenuidad, las inserta dentro de un hombre de papel ­"el hombre de ciudad que siente que el cielo se le viene encima", definió alguien­ y lo deja suelto y se mueve mucho y no deja de moverse y no se queda quieto y corre y cae y vuelve a levantarse y sigue corriendo y a ver qué pasa.

Y está claro que sin Bellow hoy no tendríamos a buena parte de Woody Allen (Hanna y sus hermanas y Crímenes y pecados y Maridos y esposas son filmes inequívocamente bellowianos; Allen como Bellow también parece fluctuar entre el drama y la comedia) y que entonces la etiqueta de gran escritor de "lo judío" habría sido aplicada a Isaac Bashevis Singer o a Bernard Malamud, quien en Las vidas de Dubin fue casi más Bellow que Bellow. Lo que no quita que Bellow siempre se haya resistido a ser catalogado por sus orígenes religiosos. Al ser interrogado sobre semejante materia en una entrevista de 1973, se refirió muy claramente al asunto: "Todo eso es un invento de los periodistas, los críticos y los académicos. Soy muy consciente de que soy judío y americano y escritor. Pero también soy un fan del hockey. Y nadie habla de eso. Pareciera haber mil ictiólogos por cada pez en el océano. Y lo cierto es que no se le deben hacer preguntas del tipo ictiológico a un pez, porque éste jamás sabrá nada sobre ciencias. Yo estoy completamente seguro de no saber nada. En ocasiones asciendo a la superficie y asomo la cabeza por encima del agua y veo a todos estos tipos estudiándome, pero yo no siento la menor curiosidad o deseo de estudiarlos a ellos".

Aunque esto último no es del todo cierto: Bellow sentía curiosidad por todos y por todo. En esa curiosidad le iban la vida y la obra. Universo es una de las palabras que aparece con mayor frecuencia en sus ficciones y ensayos y respuestas ­a destacar la entrevista/autobiografía en dos partes que publicó la revista Bostonia a finales de 1990­ que reunió en It All Adds Up (1994); título que puede entenderse como el lema de su escudo de armas y de ideas: "Todo suma" o, mejor aún, "Todo cuenta". Sí, Bellow pintó y contó y añadió a su inmensa aldea como pocos y narró desde esa tensa línea que separa la carcajada de la mueca y ­nada es casual, las metáforas suelen ser boomerangs­ muchos años después casi se muere al intoxicarse con un pescado traicionero. Pero también es cierto que lo suyo no tenía fronteras, que nunca demoramos en morder el anzuelo de sus libros, y que pocos como él supieron traducir a letras lo que es ser feliz, ser triste, ser inteligente, ser.  

Bellow fue entrevistado por su discípulo Martin Amis quien ­con partes exactas de respeto y curiosidad­ le preguntó qué pensaba respecto de la muerte. Bellow ­alguien que comenzó a pensar en la cuestión ya a los ocho años de edad, cuando casi se lo lleva una tuberculosis feroz­ respondió claro y despacio: "Hay momentos a lo largo del día en que me siento como si ya estuviera contemplando mi vida pasada desde el Más Allá. A la edad que tengo ya me he familiarizado tanto con la posibilidad de una muerte inminente que es como si ya viera el mundo con los ojos de un muerto... En cuanto a la existencia de una vida después de esta vida... Bueno... Me resulta imposible creer en algo así; porque no hay ningún motivo ni evidencia racional de que así sea. Pero sí tengo una intuición que persiste y que no llega a ser siquiera una esperanza, porque tal vez lo mejor sería desaparecer por completo. Algo a lo que me gusta llamar 'impulsos amorosos'. Pienso en cuán agradable sería volver a ver a mi madre y a mi padre y a mis hermanos. Ver otra vez a mis muertos. Y que ellos me cuenten todas las cosas que necesito saber y que tanto necesité que me cuenten durante todos estos años. Pero enseguida me digo: '¿Cuánto durarían esos momentos'? Tenemos que imaginar la eternidad como un alma consciente. Así que lo único que pienso es que, en la muerte, todos nos convertimos en aprendices de Dios. Y que entonces, por fin, nos son revelados los verdaderos secretos del universo".  

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