BÁRBARA BELLOC: De noche duermo y sueño con un campo que es una partitura de vacas que mugen cosas que entiendo.
Bárbara Belloc, cuando tengo momentos de alegría y optimismo, la leo, cuando tengo momentos de melancolía también. Me llena el corazón y me gusta mucho su manera de trabajar, en BB las palabras comparten la belleza y la abstracción que tienen las notas musicales, las ideas son poesía y el trabajo artístico es siempre físico.
Aquí algo de ella:
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Manifiesto
Caminos, caminos y caminos. De polvo, polvo rojo, ceniciento, polvo de estrellas; de grava; de pedruscos; de tierra negra. Senderos en el pasto, en las selvas y en los bosques. Caminos descubiertos al andar sin rumbo. Rutas pavimentadas, cortadas y en construcción; carreteras y sistemas de puentes. Puentes levadizos. Túneles. Cavernas abiertas en ambas caras de la montaña como los tránsitos de un topo. Lechos de ríos corrientes y secos. A campo traviesa. En la pampa. En las cascadas. A cielo llano, rival y espejo. Al azote de una tormenta. Por el cañón, de noche. En suelo antediluviano. Entre las plantaciones de maíz y de bananos. Por los bambúes, a machetazos. Tras la huellas de los zorros en la nieve. Sobre el hielo. Sobre las hojas crujientes de oro. Cuesta arriba. En basurales y desarmaderos de autos. En la huerta que fue mía. Entre mi casa y la tuya, la suya y las de otros. De la cocina a la cama. Por las calles y sus continuaciones. En terrenos expropiados y baldíos. Hasta el puesto, la tranquera, la terminal y el aeropuerto. Hasta caer rendida de cansancio. Por la ruta del café, la ruta arqueológica, la ruta criolla y la de los fundadores y sus monumentos. Por la línea de la costa. En la pasarela sobre el estero. En el monte cerrado de espinos y cactus. En la selva altísima, con magnolias y cocos e hibiscus suspendidos en el aire para alegría de los monos. Al pie de las lianas. Arriba de las nubes. En barranca. Entre estuarios. Entre raíces. Siguiendo la manada de alces. Por el imperio del Inca, en línea recta. De isla a isla. Trazados, o a tientas, en el desierto. En playas de arena blanca, tibia y suave; de arena gruesa y fría, conchillas, parvas de caracoles. En una playa de arena negra. En mesas de piedra pómez. Entre multitudes y concentraciones. Marchando en protesta. En gruesos macizos. Pisando sal. A nado, en deltas. En busca de donde podrían desovar los salmones. Con ayuda de las manos. Sola, en pareja. Con amigos, con extraños. Sobre el vacío, por caminos colgantes de soga. Sobre lenguas heladas de lava. Al lado de las vías del tren. Antes de ir a dormir. Después del huracán, con tres secciones de árboles volteados enteros en la ruta, una mata verde y compacta hasta las rodillas, un laberinto fragante a andar con los ojos cerrados antes del amanecer. En ayunas. Comida. Por las placas de piedra donde anidan las águilas. Por los pirizales y las sabanas. Subterráneos. Arcillosos. De cornisa. Tupidos de bromelias. Contracorriente. Contra remolinos de arena. En los mares. En la bahía. Al sol que abrasa y la brisa, aire de la luna. Leche de la luna.
Caminos, caminos y caminos. De polvo, polvo rojo, ceniciento, polvo de estrellas; de grava; de pedruscos; de tierra negra. Senderos en el pasto, en las selvas y en los bosques. Caminos descubiertos al andar sin rumbo. Rutas pavimentadas, cortadas y en construcción; carreteras y sistemas de puentes. Puentes levadizos. Túneles. Cavernas abiertas en ambas caras de la montaña como los tránsitos de un topo. Lechos de ríos corrientes y secos. A campo traviesa. En la pampa. En las cascadas. A cielo llano, rival y espejo. Al azote de una tormenta. Por el cañón, de noche. En suelo antediluviano. Entre las plantaciones de maíz y de bananos. Por los bambúes, a machetazos. Tras la huellas de los zorros en la nieve. Sobre el hielo. Sobre las hojas crujientes de oro. Cuesta arriba. En basurales y desarmaderos de autos. En la huerta que fue mía. Entre mi casa y la tuya, la suya y las de otros. De la cocina a la cama. Por las calles y sus continuaciones. En terrenos expropiados y baldíos. Hasta el puesto, la tranquera, la terminal y el aeropuerto. Hasta caer rendida de cansancio. Por la ruta del café, la ruta arqueológica, la ruta criolla y la de los fundadores y sus monumentos. Por la línea de la costa. En la pasarela sobre el estero. En el monte cerrado de espinos y cactus. En la selva altísima, con magnolias y cocos e hibiscus suspendidos en el aire para alegría de los monos. Al pie de las lianas. Arriba de las nubes. En barranca. Entre estuarios. Entre raíces. Siguiendo la manada de alces. Por el imperio del Inca, en línea recta. De isla a isla. Trazados, o a tientas, en el desierto. En playas de arena blanca, tibia y suave; de arena gruesa y fría, conchillas, parvas de caracoles. En una playa de arena negra. En mesas de piedra pómez. Entre multitudes y concentraciones. Marchando en protesta. En gruesos macizos. Pisando sal. A nado, en deltas. En busca de donde podrían desovar los salmones. Con ayuda de las manos. Sola, en pareja. Con amigos, con extraños. Sobre el vacío, por caminos colgantes de soga. Sobre lenguas heladas de lava. Al lado de las vías del tren. Antes de ir a dormir. Después del huracán, con tres secciones de árboles volteados enteros en la ruta, una mata verde y compacta hasta las rodillas, un laberinto fragante a andar con los ojos cerrados antes del amanecer. En ayunas. Comida. Por las placas de piedra donde anidan las águilas. Por los pirizales y las sabanas. Subterráneos. Arcillosos. De cornisa. Tupidos de bromelias. Contracorriente. Contra remolinos de arena. En los mares. En la bahía. Al sol que abrasa y la brisa, aire de la luna. Leche de la luna.
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De Espantasuegras
1
La casa en llamas
Lo poco o mucho que hubo:
corazón de ceniza
Esta tarde leo a Adorno como si leyera las cartas póstumas de mi padre, si mi padre hubiera sido
visionario, célebre y furioso. Lo leo como un secreto familiar se lee en voz alta o se rompe un
pacto de palabra. Miro a los costados: la cantidad de papel impreso que tiro a la basura me
revuelve el estómago. Pienso: debería ser inversamente proporcional a lo que escribo, o no ser
nada. Leo a Adorno. Y mientras tanto repito: Adorno, Adorno, Adorno... como un ronroneo. Lo
leo espantada, tan espantada que a cada rato dejo el libro y ando por la casa vagando,
espantando a las arañas con un plumero. Y vuelvo. A encontrar un mensaje que creo dirigido a
mí y, más allá del asombro, bien interpretar por: una cuestión de consanguinidad. (¿?) Léase: leo
a Adorno como si recordara (como recuerdo) los acordes de la Tercera Sinfonía de Brahms, que
mi padre me asegura que le pedía una y otra vez en la infancia, con Bartok, Górecki y Saint-Saëns,
y no las brumas de sinusoidales y los engranajes rotos que día y noche sí mecían la casa como un
barco ebrio en el mar de la musique concrète. Adorno, ¡vaya decorado! ¿Me vas a decir que
acaso no sabías que la música hace estragos? ¿Que la música que se escucha en el vientre de la
madre no hace mella en el feto que no es sino todo oídos, huevo-sin-cáscara? Importa poco.
Esta tarde leo a Adorno como un biólogo lee un programa de forestación artificial en el ojo de un
claro de una selva en peligro, en el tercer mundo, en este mundo, cuando la flecha del tiempo
clava el cartel en la corteza del árbol: SE ACABÓ. O como un huérfano cae a pique sobre las fotos
de sus muertos en busca de aquello que lo desate de su pena. O como un minero japonés que
apila una piedra, y otra, y otra más. Algunos hablan de la guerra, otros de quién será el soberano.
La sombra vengadora está en la sombra y se despereza. Ahí viene. Adorno, Adorno, Adorno,
Adorno: tu nombre es fósforo Fragata prendido al borde de un terrenito de provincia en sucesión
perpetua. Dice el testamento: "El único pensamiento no ideológico es el que intenta llevar la
cosa misma al lenguaje que está bloqueado por el lenguaje dominante". De noche duermo y
sueño con un campo que es una partitura de vacas que mugen cosas que entiendo.
Después del saqueo: el pozo está vacío.
(potus)
Theodor W. Adorno: Crítica de la cultura y la sociedad.
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La casa en llamas
Lo poco o mucho que hubo:
corazón de ceniza
Esta tarde leo a Adorno como si leyera las cartas póstumas de mi padre, si mi padre hubiera sido
visionario, célebre y furioso. Lo leo como un secreto familiar se lee en voz alta o se rompe un
pacto de palabra. Miro a los costados: la cantidad de papel impreso que tiro a la basura me
revuelve el estómago. Pienso: debería ser inversamente proporcional a lo que escribo, o no ser
nada. Leo a Adorno. Y mientras tanto repito: Adorno, Adorno, Adorno... como un ronroneo. Lo
leo espantada, tan espantada que a cada rato dejo el libro y ando por la casa vagando,
espantando a las arañas con un plumero. Y vuelvo. A encontrar un mensaje que creo dirigido a
mí y, más allá del asombro, bien interpretar por: una cuestión de consanguinidad. (¿?) Léase: leo
a Adorno como si recordara (como recuerdo) los acordes de la Tercera Sinfonía de Brahms, que
mi padre me asegura que le pedía una y otra vez en la infancia, con Bartok, Górecki y Saint-Saëns,
y no las brumas de sinusoidales y los engranajes rotos que día y noche sí mecían la casa como un
barco ebrio en el mar de la musique concrète. Adorno, ¡vaya decorado! ¿Me vas a decir que
acaso no sabías que la música hace estragos? ¿Que la música que se escucha en el vientre de la
madre no hace mella en el feto que no es sino todo oídos, huevo-sin-cáscara? Importa poco.
Esta tarde leo a Adorno como un biólogo lee un programa de forestación artificial en el ojo de un
claro de una selva en peligro, en el tercer mundo, en este mundo, cuando la flecha del tiempo
clava el cartel en la corteza del árbol: SE ACABÓ. O como un huérfano cae a pique sobre las fotos
de sus muertos en busca de aquello que lo desate de su pena. O como un minero japonés que
apila una piedra, y otra, y otra más. Algunos hablan de la guerra, otros de quién será el soberano.
La sombra vengadora está en la sombra y se despereza. Ahí viene. Adorno, Adorno, Adorno,
Adorno: tu nombre es fósforo Fragata prendido al borde de un terrenito de provincia en sucesión
perpetua. Dice el testamento: "El único pensamiento no ideológico es el que intenta llevar la
cosa misma al lenguaje que está bloqueado por el lenguaje dominante". De noche duermo y
sueño con un campo que es una partitura de vacas que mugen cosas que entiendo.
Después del saqueo: el pozo está vacío.
(potus)
Theodor W. Adorno: Crítica de la cultura y la sociedad.
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1 ¿Vive usted de la literatura? ¿Qué lugar ocupa en su modo de ganarse la vida? ¿Qué otros trabajos hace o ha hecho?
Puesto así, “vivir de la literatura” me suena a un anacronismo que quedaría fuera de la escala cuya unidad podría ser “el tiempo es dinero”. De manera que: sí, vivo de la literatura en esas zonas sin valor de cambio (la vida personal, la imaginación, las conversaciones, la correspondencia, esos infinitos lujos privados y al margen), y no vivo de la literatura en términos estrictamente materiales, sino de prácticas diversas de la escritura (el ghost writing, la edición, el periodismo, los talleres). En el mercado laboral relacionado con la producción de libros, la literatura es hoy lo que Copito de Nieve era ayer en el zoo de Barcelona.
No obstante, la literatura ocupa un lugar central en mis modos de ganarme la vida, a la manera de un telón o una música de fondo. De no estar ella allí, secreta y concreta como la carga en la bodega de un barco, cualquier labor de escritura por dinero sería demasiado lineal, utilitaria, demasiado lisa y llana.
He hecho una buena cantidad de trabajos “extra-literarios”, desde vender disyuntores eléctricos en oficinas del microcentro hasta cultivar verduras en una huerta orgánica. A veces me pregunto si no sería mejor, menos invasivo para mi propio impulso de escritura, tener un trabajo que no consista en producir palabras por encargo, según formatos, ideologías y finalidades a los que no puedo adherir del todo. Cada día me respondo algo distinto.
2 Si tuviera que comparar el trabajo de escritura con otro oficio ¿con cuál sería y por qué?
Supongo que mi personalidad, más la experiencia que he ganado con el tiempo, me impiden establecer una analogía única. A veces escribir me parece semejante al acto de hacer un dibujo en lápiz (y no es una comparación literal sino metafórica), a veces me parece que es como componer música o tocar un instrumento, a veces me parece que es como construir mecanismos, a veces bailar, a veces manejar un taxi. ¿Por qué? Porque en mi caso la escritura fluye en esa zona liminar entre la libre improvisación y un deber-ser-así que ella misma impone más allá de mí, entre las palabras que se hacen propias sin otro testigo que uno mismo y el mundo pregnante del discurso, las ideas y las vidas de los otros. Porque escribiendo muchas veces me siento como una intérprete.
3 ¿Cómo trabaja su escritura? ¿Cuánto tiempo le dedica? ¿Lee alguien sus textos antes de publicarlos? ¿Escribe de manera regular? ¿Lee a otros autores en los períodos en que está escribiendo?
Trabajo mi escritura como puedo, con cuidado y extrañamiento. Creo que empiezo a escribir (antes solía decir “componer”) en la parte de atrás de mi cabeza, en el cerebro reptil; allí va tramándose algo, una mezcla de palabras, imágenes y sensaciones, hasta el momento de volcarlo al papel. Entonces la forma viene dada, con su ritmo, sus núcleos de sentido y sus desvíos (en términos generales: su manera de decir), y luego a mí me queda, si lo creo necesario, trabajar conciente e intuitivamente esa pieza de acuerdo a su carácter. Como quien trabaja con piedras.
Le dedico un tiempo irregular, según el efecto de atracción que la escritura en curso ejerza sobre mí, mi ánimo y, claro, lo que le robe a las obligaciones mundanas. No hago tarea de escritorio.
Nadie lee mis textos antes de publicarlos, salvo los amigos. Pero me gusta “probar” los textos en lecturas públicas, antes de incluirlos definitivamente en un libro.
Naturalmente evito leer literatura en las épocas fértiles de escritura, aunque sí leo ensayos científicos y textos religiosos.
Entrevista tomada de
http://www.elinterpretador.net/34EncuestaAEscritoresArgentinosContemporaneos.html#7
buenísimo blog, alicia pastore,,,
ResponderEliminarQué bueno que te guste Alicia, bienvenida al Jardín!
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